En la Villa Diodati, a orillas del Lago Ginebra, durante una semana de otoño de 1816, el llamado el año sin verano, mientras sus amigos Lord Byron, Percy Shelley y John William Polidori contaban historias de terror, Mary Shelley dio a luz al legendario monstruo de Frankenstein.
Durante ese “verano húmedo y desapacible” del año 1816, como la misma Mary Shelley explicaba en la introducción de su obra a la edición de 1831, “me entretuve pensando una historia que consiguiera que el lector tuviera pavor a mirar a su alrededor, que le helara la sangre y que acelerara los latidos de su corazón“. No hay la menor duda que lo consiguió y es un hecho que el Frankenstein de Mary Shelley ha pervivido en la imaginación popular durante más de doscientos años, atormentando aún hoy las pesadillas de los temerosos y avisando a los impetuosos de los riesgos de su imprudencia, como la parábola definitiva de la arrogancia científica.
A caballo entre la novela gótica y el relato filosófico, la historia del brillante científico y su monstruosa creación “Frankenstein; or, The Modern Prometheus” exploraba temas tan vigentes como la moral ciéntifica, la creación y destrucción de la vida, y la audacia de la humanidad. Y todo ello lo supo trasladar con brillantez a la gran pantalla el director James Whale, aunque en su caso partía de la versión teatral escrita por Peggy Webling, “Frankenstein: An Adventure in the Macabre” de 1927. En 1931 el séptimo arte aún era un medio en crecimiento, en blanco y negro y apenas cuatro años después de la primera proyección comercial con sonido sincronizado (“El cantante de jazz“), pero el británico James Whale (1889-1957) no dudó en dejar atrás los grandes éxitos en el teatro londinense para dar el salto a la dirección cinematográfica en Hollywood. Si bien su obra no se circunscribió exclusivamente al cine de terror (sólo se enmarcan en este género cuatro de sus más de veinte películas), sí es por su aportación al mismo por lo que es y será siempre recordado: “El doctor Frankenstein” (1931), “El caserón de las sombras” (1932), “El hombre invisible” (1933) y “La novia de Frankenstein” (1935). Producidas por Universal Pictures, tres de ellas están unidas a otro gran mito del cine fantástico: el actor William Henry Pratt, conocido por su nombre artístico Boris Karloff, que siempre será reconocido como el mejor actor que interpretó al monstruo de Frankenstein (aunque solamente interpretó al monstruo en tres películas de las, aproximadamente, ciento cincuenta de su filmografía), al igual que Whale será recordado como el padre cinematográfico de Frankenstein.
En “El doctor Frankenstein” Boris Karloff daba vida al monstruo de Frankenstein, una pobre criatura en busca de su identidad, y Colin Clive interpretaba al doctor Henry Frankenstein, un joven y apasionado científico que osaba jugar con la vida y la muerte, uniendo diversos trozos de cadáveres y usando la electricidad, para crear un ser vivo. Curiosamente, frente a la locuacidad y a la inteligencia malévola del monstruo en la novela de Mary Shelley, la criatura de Boris Karloff en la película de James Whale es un ser torpe, primario y retrasado, y es con esta imagen que pasará a la posteridad. También hay que señalar que la película se alejó de la influencia romántica que la novela original y se inspiró en el expresionismo alemán y su tono lúgubre, de la misma manera que Shelley buscaba una profunda reflexión filosófica y Whale se quedó muy lejos de ello y prefirió recorrer los caminos del ‘pulp‘.
Curioso porque justo ahora ando enganchado a la trilogía de los Arquitectos... y en cuanto acabe con ella iré a…