linea_separadora

Se calcula que hasta hoy se han vendido más de 200 millones de álbumes de las aventuras de Tintín, el personaje creado por el dibujante belga Georges Remi ‘Hergé‘ en 1929 para la revista “Le Petit Vingtième“. En más de ciento veinte idiomas, las 24 historias de Tintín, Haddock, Tornasol, Milú, Hernández y Fernández, la Castafiore, Néstor, Oliveira da Figueira, Rastapopoulos y compañía han hecho las delicias de pequeños y mayores en todo el mundo.

Con todo merecimiento Hergé es uno de los más grandes artistas del siglo XX. Los cómics del intrépido reportero belga Tintín, que en su momento se consideraron un fenómeno editorial de un valor cultural y artístico muy relativo, son hoy objeto de culto y las ilustraciones originales de Tintín se venden por cifras astronómicas en grandes subastas. Todo el mundo conoce al personaje, millones de lectores leen cada día alguno de sus 24 álbumes, el primero de los cuales se publicó en 1930 y el penúltimo en 1976 (no contamos “Tintín y el Arte Alfa“), y muchos han visto las adaptaciones a la pequeña pantalla o la gran pantalla. Por ejemplo, la de Steven Spielberg, “Tintín y el lago de los tiburones” o las olvidables versiones en acción real “Tintín y el misterio del Toisón de Oro” y “Tintín y las naranjas azules“.

La Fundación Hergé, conocida también como Moulinsart SA, dirigida por los herederos del belga Hergé y con sede en Bruselas, es la organización oficial que custodia y gestiona los derechos de la obra de Hergé. Su control es férreo. La meticulosidad, el rigor, la severidad y hasta la intransigencia en defender y promover la obra de Hergé es bien conocida y no hay ningún producto relacionado con Tintín, Milú, Haddock o la Castafiore que pueda ver la luz sin pasar antes por sus manos. Y es que pese a la popularidad de la obra de Hergé, ésta está protegida por los derechos de autor de las leyes nacionales e internacionales.

Es difícil seleccionar el mejor álbum de Tintín entre los 24 que creó Hergé, y todos los lectores tienen su preferido. En mi caso, “La isla negra“, “Las joyas de la Castafiore“, “Tintín en el Tibet“, “Vuelo 714 a Sidney“, “El Lotus Azul” y “Las 7 bolas de cristal” serían seguramente mis preferidos. En concreto “Las joyas de la Castafiore” (“Les bijoux de la Castafiore“) es el vigésimo primer álbum de la serie “Las aventuras de Tintín“, escrita y dibujada por Hergé a principios de los años sesenta. En concreto se publicó por capítulos en la revista “Tintín” entre el 4 de julio de 1961 y el 4 de septiembre de 1962, y apareció como álbum en 1963, publicado por Casterman.

En “Las joyas de la Castafiore” la cantante lírica de fama internacional Bianca Castafiore anuncia su llegada a Moulinsart, y el capitán Haddock intenta huir de viaje a toda prisa para escapar de ella, pero tropieza con un escalón roto que aún no han venido a arreglar y se rompe los ligamentos. La cantante llega al castillo junto a su camarera Irma, y a su pianista Wagner, y decide cuidar del lesionado Haddock, que se verá confinado en una silla de ruedas. Nace el rumor de una relación sentimental entre la cantante y el viejo lobo de mar y se llena todo de paparazzis. Aparece un campamento de gitanos en unos terrenos cercanos al castillo y desaparecen las joyas…

Las joyas de la Castafiore” es un álbum muy distinto de la mayor parte de aventuras de Tintín. No hay viajes, ni épica, ni villanos taimados, y ahí está la gracia de Hergé para conseguir mantener la intriga y la atención del lector. Es un thriller con aromas de Hitchcock. Toda la acción sucede en Moulinsart, dentro y en los jardines y alrededores del castillo, y el lector no se verá acompañando a Tintín y sus amigos hasta la Luna, San Theodoros, Syldavia, Borduria, o el emirato del Khemed. Todo queda en casa.

linea_separadora