Esta sección, con el paso de los años, se está convirtiendo en un cajón de sastre de clásicos, obras extrañas e injusticias. Hoy le toca el turno de nuevo a una injusticia, a una película a la que no se le hizo el caso que merecía y a la que se le debería dar una segunda oportunidad.
Injustamente ignorada por los galardones de mayor prestigio (salvo en Cannes, que se llevó el premio a la mejor dirección) y por las listas que reconocían las mejores películas del año, “Wind River” merece ser reivindicada. Y por mucho más que por la presencia de los populares Jeremy Renner y Elizabeth Olsen, actores del UCM que compartieron elenco en dos películas de los Vengadores, “La era de Ultrón” (2015) y “Endgame” (2019) y que recientemente han vuelto a ser noticia por sus series de televisión. Posiblemente la presencia de Renner y Olsen, asociados a las películas de Marvel, pudo echar atrás algún espectador despistado que asoció a los intérpretes con un producto diferente al que realmente era “Wind River“.
Escrita y dirigida por Taylor Sheridan, en la que era su segunda película tras la fallida “Vile” del guionista de “Sicario” y “Hell or High Water” y también actor de la serie de televisión “Sons of Anarchy”, “Wind River” nos contaba como un cazador encuentra el cuerpo congelado de una chica en Wind River, una reserva indígena en el centro de Wyoming. Todo indica fue asesinada. Jane Banner, una agente novata del FBI, recibe el encargo de investigar la muerte de la chica y junto al cazador, en un terreno sumamente hostil y sin muchas pistas, tendrán que investigar el terrible crimen hasta las últimas consecuencias.
La historia de “Wind River” no está basada en hechos reales pero si en la realidad terrible de las reservas indígenas norteamericanas: la misma Wind River de la película, una reserva de más de 9.000 m2 compartida por las tribus de los shoshone del este y los arapaho del norte (aunque la mitad de habitantes de la reserva no son indígenas), por ejemplo, está señalada en color rojo en todos los índices negativos de los EE.UU., empezando por la criminalidad, y el índice aquí es casi siete veces más alto que el promedio nacional. A eso se le suma una esperanza de vida baja, un desempleo monumental (casi el 80% de la población), y los porcentajes elevadísimos de alcoholismo, drogadicción, violencia doméstica, feminicídios, embarazos adolescentes y suicidios. La película dibuja este trasfondo, aunque no hay que olvidar que la propuesta de Taylor Sheridan es la de un thriller de poco más de cien minutos, no un documental.
Finalmente es oportuno destacar el papel del lugar en la película, los majestuosos paisajes naturales de Wyoming, la gélida cordillera de Wind River, una de las estribaciones orientales de las Montañas Rocosas, que se convierten en frío testimonio de la tragedia y en juez y jurado de la función.
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