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Tod Browning es uno de los grandes cineastas de principios del siglo XX. Un pionero al que se le reconoce por dos películas, “La parada de los monstruos” y “Drácula“, en la que fue la primera aparición del vampiro en las pantallas de cine, en 1931, protagonizada por Bela Lugosi. Su vida fue singular: abandonó su ciudad natal con apenas 16 años para unirse a un circo, en el que llegaría a ser contorsionista y en 1914 trabajaba a las órdenes del mítico director D. W. Griffith en “Intolerancia“. Su filmografía es prolífica pero singular, tan extraña como irrepetible, digna de un genio o de un loco.

En 1936 dirigió su penúltima película, “Muñecos infernales” (“The Devil-Doll“), a partir de un guion escrito por Erich Von Stroheim, protagonizada por Lionel Barrymore, Maureen O’Sullivan, Frank Lawton y Robert Greig. Es un clásico del cine fantástico que nos presenta a Paul Lavond, un preso condenado injustamente que se escapa del penal de la Isla del Diablo, la temida prisión de la Guayana Francesa. De regreso a París y para evitar ser descubierto se disfraza de anciana a la vez que desarrolla una poción que tiene el poder de reducir el tamaño de los seres humanos y convertirlos en homúnculos, que le servirán para llevar a cabo su venganza contra los que le mandaron a prisión.

El escándalo de “La parada de los monstruos“, que fue prohibida en muchos lugares y que en Europa permanecería inédita hasta 1962, habían convertido a Tod Browning en un director maldito y estigmatizado, hizo que la Metro le prohibiera firmar sus últimas películas. Esta “Muñecos infernales“, por ejemplo. Hizo una película más (“Miracles for sale” en 1939) y se retiró. No volvió a trabajar en el cine y la industria, el público y la crítica se olvidaron de él. Pero el tiempo es justo, y pone a todo el mundo en su lugar. Tod Browning, fue mucho más que el director de las películas de los fenómenos de feria. Aunque a menudo se le ha querido etiquetar, e infravalorar, como un simple director de cine de terror el trabajo de Browning demuestra que fue mucho más. Supo representar la monstruosidad y la humanidad, la normalidad del mal y la anormalidad del bien, lo grotesco como bello y lo elegante como feo.

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