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La segunda entrega de “Decálogo” es una magnífica síntesis de lo que es toda la serie al completo. Cine de cadencia lenta, pausado, lleno de simbología, que exige un espectador adulto y comprometido con desentrañar lo que ve. Personajes intrigantes en cuyos rostros percibes secretos íntimos y un subterráneo torrente de sentimientos. Nada es trivial, ninguna escena es gratuita, todo significa algo. La cámara te los muestra en la intimidad, registra sus idas y venidas, los reúne y los separa y crea de ese modo un suspense irresistible (¿qué quieren? ¿por qué actúan así?) con un trasfondo que es siempre trascendental y existencial. En este caso nos cuenta una historia en la que una mujer embarazada se cita con un médico de su comunidad (la misma que vimos en el primer decálogo), le preocupa algo que no voy a contar pero que genera un conflicto ético en el médico. Se trata de un dilema sobre el que se nos invita a pensar y que tiene que ver con el mandamiento de no tomar a Dios en vano, pero ¡ojo! porque para comprender el alcance de lo que Kieslowski propone hay que entender que el enunciado tiene su “miga”. Un capítulo con un guión que me parece una obra maestra y trufado de momentos enigmáticos y minimalistas que hay que saber interpretar y que son marca de la casa como la escena de la abeja. Una gozada verlo, pero mucho más pensar sobre ello después.