Veo bastante cine y televisión, pero jamás me había acercado al “Decálogo” de Kieslowski aunque sabía que, sin duda, merecía la pena porque su fama, sobretodo entre la crítica, le precede. Ha sido una fala cinéfila leve porque la ventaja es que he empezado a visionar con la edad quizás más adecuada. Se trata de una serie de diez capítulos de unos cincuenta minutos cada uno inspirados en los diez mandamientos que Kieslowski estrenó en la televisión polaca y requiere verse con tranquilidad, en cierto estado contemplativo y reflexivo, con tiempo para meditar y paladear las ideas que van surgiendo con las escenas. Antes de nada adelantar que más que con la religión, esta serie busca explorar lo trascendental y tiene más bien un trasfondo espiritual y existencial atemporal, universal y agnóstico. En esta primera entrega conocemos a un niño, a su padre y a su tía y asistimos a un suceso que pone en duda las convicciones científicas del padre y las enfrenta a las religiosas de la tía. Todo transcurre en una ciudad congelada por el invierno entre escenas de un sobrio interior o de un gélido exterior que confieren a la historia un tono casi onírico. Kieslowski juega con lo simbólico y con las sutilezas de lo no expresado y logra una atmósfera de suspense que te engancha irremisiblemente, pero básicamente, más que ese juego de suspense lo que le interesa es que vayas más allá, que busques respuestas a las grandes preguntas. En este caso yo me quedaría con la idea de que la fe no sólo consuela, sino que ayuda a vivir frente a los grandes dramas que toda vida ha de afrontar.
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