Entre los años en los que los océanos anegaron la Atlántida y sus resplandecientes ciudades y aquellos en los que se produjo la ascensión de los hijos de Aryas, hubo una época insospechada en la que por el mundo se extendían reinos maravillosos como mantos azulados bajo las estrellas: Nemedia, Ofir, Brithunia, Hiperbórea; Zamora con sus muchachas de oscuros cabellos y sus torres plagadas de arácnidos misterios; Zingara y sus caballeros; Koth, limítrofe con las tierras pastoriles de Shem; Estigia con sus tumbas custodiadas por sombras, e Hirkania, cuyos jefes vestían acero, seda y oro. Pero el más soberbio de todos era Aquilonia, que destacaba de forma suprema en el majestuoso Oeste. Y fue entonces cuando llegó Conan el Cimmerio, de pelo negro, ojos hoscos y con una espada en la mano. Un ladrón, un saqueador, un asesino triste y ufano al mismo tiempo dispuesto a pisotear con sus sandalias los enjoyados tronos de la Tierra.
En 1982 el director John Milius nos presentó por primera vez en imagen real a Conan, un feroz bárbaro interpretado para la pantalla grande por un prometedor culturista austríaco llamado Arnold Schwarzenegger. Era la primera adaptación cinematográfica de las aventuras del personaje creado en 1932 por el escritor Robert E. Howard para una serie de relatos destinados a la revista de relatos pulp “Weird Tales“, que pronto se convirtió en el personaje más popular de un nuevo género bautizado como ‘Sword and Sorcery‘. Pelo negro, ojos fieros y con una espada en la mano, habitualmente manchada con la sangre de sus enemigos, Conan es hoy inconfundible y ha vivido innumerables aventuras pero, en la pantalla grande, no ha sido tan aprovechado como cabría esperar. “Conan, el bárbaro” de John Milius en 1982, “Conan, el destructor” de Richard Fleischer en 1984 y un remake de Marcus Nispel en 2011, que no logró los resultados esperados pese al destacable esfuerzo de Jason Momoa como bárbaro monosilábico.
Dirigida por el versátil Richard Fleischer (“Veinte mil leguas de viaje submarino”, “Viaje alucinante” o “Los vikingos”), que sustituyó al polémico John Milius en la silla del director, protagonizada por Arnold Schwarzenegger, Grace Jones, Olivia D’Abo, Sarah Douglas, Mako Iwamatsu, el luchador André el Gigante o el jugador de baloncesto Wilt Chamberlain, “Conan, el destructor” (“Conan, the destroyer“) nos contó como la malvada reina Taramis pide a Conan que acompañe a su virginal sobrina Jehna para recuperar un misterioso talismán que tan solo puede ser tocado por ella, destinado a despertar al durmiente dios Daggoth. A cambio, Conan puede recuperar a su amada difunta, Valeria. Junto con un peculiar grupo de acompañantes (su viejo compañero Akiro, el bribón Malak, la princesa Jehnna, el capitán de la guardia Bombaata y la ardiente Zula) Conan se dirigirá al castillo del hechicero Toth-Amon para cumplir su peligrosa misión.
Es evidente que “Conan, el destructor” quedó muy lejos de su predecesora en cuanto a calidad y la crítica la machacó sin piedad, pero la taquilla no le dio la espalda: costó 18 millones de dólares e ingresó casi un centenar en todo el mundo. Ni siquiera los problemas con los guionistas (varias versiones de guión y varios guionistas, como los guionistas de cómics Roy Thomas y Gerry Conway, o Stanley Mann, fueron pasando por las oficinas de Dino De Laurentiis hasta que el productor italiano dió el visto bueno), una banda sonora de Basil Poledouris inferior a la de la primera película o una reducción del nivel de violencia (para evitar la calificación R de “Conan, el bárbaro” y obtener la PG, menos restrictiva, adecuada para menores de 18 años) hicieron mella en la recaudación.
A ver, yo entiendo que estafa es cuando te quedas tú el dinero, no cuando el dinero es un donativo…