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En la mayoría de enciclopedias, cuando aún se editaban en papel, junto al artículo dedicado al cine de culto aparecía una fotografía de la comedia musical “The Rocky Horror Show“. Una obra de vocación marginal, el musical de Richard O’Brien, convertido en una película, dirigida en 1975 por Jim Sharman, que ha acabado convirtiéndose en un fenómeno cultural. Cuarenta años después las salas que proyectan la película aún llenan las butacas de fanáticos aficionados, disfrazados como sus personajes favoritos, que interactúan constantemente con esta historia, incluso gritando improperios varios y repitiendo los diálogos, que rinde tributo al cine de serie B y a la ciencia-ficción, a la estética glam, el gótico y el burlesque, la música rock y el travestismo. ¡Y eso que “The Rocky Horror Show” fue un fracaso de taquilla en su momento! La historia, protagonizada por Tim Curry, una joven y desconocida Susan Sarandon, Little Neil, Patricia Quinn, MeatLoaf y Barry Bostwick, entre otros, nos contaba como una pareja de recién prometidos, Brad Majors y Janet Weiss, se ven obligados a pasar la noche en la aislada mansión del doctor Frank N. Furter, tras sufrir una avería en su coche. Mientras en la mansión se celebra una fiesta, la Convención Anual Transilvana, el científico (I’m just a Sweet Transvestite from Transexual, Transylvania) les lleva a todos a su laboratorio para mostrarles su creación, Rocky Horror, un hombre perfecto cuyo cerebro pertenecía a un delincuente juvenil. No hay adjetivos suficientes para describir este musical freak-glam-burlesque-erótico-festivo, que sigue más vivo que nunca.
Si alguien no ha visto “The Rocky Horror Picture Show“, le aconsejamos con fervor verla en el cine, acompañados, y vivir un auténtica fiesta interactiva.

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