A orillas del Mediterráneo, donde vivo yo, la cultura celta tuvo muy poca influencia, o ninguna. Estos pueblos de la Edad de Hierro que se extendieron y asentaron en Europa Occidental, desde las Islas Británicas hasta la Bretaña francesa, Normandía, la Isla de Mann, Cornualles y el norte de España, y fueron devorados por el imparable avance del Imperio Romano, que les dejó arrinconados en Irlanda, el último bastión del mundo celta de la Europa Occidental, y consumieron su cultura, sus tradiciones, sus mitos y su religión.
En el siglo V, el mundo está cambiando y empieza un conflicto entre el cristianimo y las antiguas religiones druídicas en la isla de Bretaña. Tras la muerte y la mutilación de algunos monjes, el druida Gwenc’hlan y Taran, su aprendiz, se enfrentarán a una amenaza tenebrosa para esclarecer el misterio de estos asesinatos y devolver la paz a ambas religiones.
Aunque puedo presumir del hecho de residir a orillas del mar Mediterráneo, cuna azul índigo de la cultura occidental, siempre me han provocado fascinación (y cierta envidia, seamos sinceros), alimentada por el mito, la magia y el exotismo, las tierras bañadas por la influencia de la cultura celta. Haber nacido en una tierra con raíces profundas regadas a lo largo de la historia por íberos, griegos, fencios, etruscos, cartagineses o romanos nunca ha satisfecho mi necesidad de un ocupar un pedazo de mundo donde las leyendas y fábulas de la antigüedad aún permanecen vivas.
La antigua civilización celta desapareció como tal hace siglos, pero su cultura sobrevivió pese al aislamiento y la pobreza, o tal vez gracias a ellos, en lugares como Irlanda, Escocia, Gales, Bretaña, Normandía, Asturias o Galicia, donde la herencia céltica subsistió, integrada con nuevos elementos de matriz cristiana. Los historiadores concuerdan de forma casi unánime en señalar que los celtas no fueron jamás una unidad política sino que eran un conjunto de pueblos dispersos por Europa caracterizados por pertenecer a un mismo grupo lingüístico, compartir una estructura social parecida, y por tener similares creencias religiosas, estilos artísticos y sistemas de producción. Como no hay registros escritos a causa de la tradición oral para la transmisión de los conocimientos, nuestra percepción y los conocimientos más populares sobre la sociedad céltica nos llegan, en gran medida, del testimonio que dejaron los escritores grecolatinos como Cicerón, Tácito, Plinio el Viejo (fue él quien retrató a los druidas con largos vestidos blancos y blandiendo una hoz de oro, con la que cortaban el muérdago de uso ritual) o Julio César en su “La Guerra de las Galias“, pero es una imagen estereotipada o deformada resultante de la oposición entre civilización y barbarie que caracteriza al mundo grecorromano y en las que se presentaba a los celtas como unos salvajes y caóticos, amantes de los sacrificios humanos y cultos paganos. Otra fuente son los mitos conservados en forma de texto (el Mabinogion, por ejemplo) que se recogieron en época cristana: los monjes, aun adaptando algunas historias para cristianizarlas, conservaron una tradición que de otro modo se hubiera perdido.
Su religión, singular, es uno de los elementos más conocidos de la cultura celta, a la par que ignorado (aunque pueda parecer contradictorio, pues no es muy conocida, y los datos de que se disponen para reconstruirla son escasos y poco precisos). En general a la religión de todos los pueblos celtas, pese a las singularidades locales, se le han reconocido unos elementos característicos como son las creencias animistas y politeístas, sin levantar templos pues consagraban para el culto elementos de la naturaleza, especialmente árboles centenarios, acantilados (los ‘cliffs‘), bosques, cuevas o manantiales, y con una particular interpretación del mundo que les rodeaba. El dogma principal de estas religiones celtas era el de la reencarnación, y afirmaba que el alma era inmortal y por tanto, tras la muerte, pasaba de un cuerpo a otro. Los ritos eran controlados siempre por una clase sacerdotal omnipotente, los druidas, que además de ser los intermediadores entre los hombres y los dioses, actuaban como filósofos, científicos, astrónomos, maestros, jueces, consejeros de los líderes guerreros y responsables del calendario, tan importante para la vida agrícola.
Pero la historia no tiene piedad, y la romanización primero y la cristianización después habrían acabado por extinguir el antiguo culto druídico, que desapareció sin dejar apenas rastro de su existencia, aunque sobrevivieron como poetas (en gaélico filid), historiadores (senchaidi) o jueces (brithemain). Hoy en día casi nada se sabe sobre sus prácticas de culto e, irónicamente, es a través de fuentes romanas y cristianas, contemporáneas, que conocemos detalles sobre sus creencias.
“Los Druidas: El Misterio de los Ogams” de Jean-Luc Istin, Thierry Jigourel y el dibujante canadiense Jacques Lamontagne (“Aspic: Detectives de lo desconocido”) es la primera entrega de una serie de cómics ambientada en el siglo V d.C., cuando las islas británicas ya han sido romanizadas y el cristianismo se extiende como una imparable mancha de aceite por el mundo civilizado. Es una época de conflicto religioso y cultural, pues Europa vive diariamente el enfrentamiento entre dos concepciones diametralmente opuestas del mundo, la cristiana y la antigua religión pagana. El mundo está cambiando, y en los territorios de cultura celta ya es perceptible un conflicto abierto entre los druidas y los monjes cristianos, que se enfrentan en una guerra en la sombra y que terminará, como la Historia nos explica, con la desaparición de los primeros.
El volumen publicado por Yermo Ediciones en octubre del 2015 incluye los tres primeros álbumes de la serie, titulados “El misterio de los ogams” (“Le mystère des Oghams”), “Ys, la Blanca” (“Is la blanche”) y “La lanza de Lug” (“La Lance de Lug”), pero “Los Druidas” (“Les Druides”) cuenta ya con ocho álbumes publicados en Francia (“La Ronde des Géants”, “La Pierre de destinée”, “Crépuscule”, “Les Disparus de Cornouaille” y “Les Secrets d’Orient”, editados por Soleil Productions, aunque los dos últimos no cuentan con la participación de Thierry Jigourel en los guiones), donde ha sido todo un éxito de público, crítica y ventas, de manera que es de esperar que próximamente vayan apareciendo nuevas entregas de los volumenes recopilatorios de “Los Druidas” en castellano de la mano de Yermo Ediciones… aunque todavía no sabemos su periocidad.
La historia escrita por Jean-Luc Istin (guionista de “World War Wolves” o “Crónicas de Excalibur”, publicada también por Yermo Ediciones) y Thierry Jigourel, éste un periodista y escritor prolífico especializado en la geografía, la cultura, la historia y la mitología de la Bretaña, tierra de druidas, nos narra como el crimen se ha abatido sobre varios monasterios bretones, en Brigate y Uxisama, donde se han producido una serie de misteriosos asesinatos truculentos. Todo parece indicar que ha sido obra de los últimos druidas que, acorralados por el avance del cristianismo, reclaman lo que por derecho consideran que es suyo. Pero el encargado de intentar echar algo de luz en el caso va a ser tambien un druida, Gwenc’Hlan de Armorique, que intentará demostrar la inocencia de los suyos, aunque en un principio pueda parecer una empresa imposible y una trampa urdida por sus rivales cristianos…
Concebida como un thriller, de aires medievales al estilo de “El nombre de la rosa” de Umberto Eco, con sus correspondientes crimenes, las víctimas, ningún testigo, varios sospechosos con sus respectivos móviles, posibles instigadores, un investigador que busca la verdad acompañado de un fiel aprendiz y una solución final, “Los Druidas” empieza con la estructura propia de una novela policíaca clásica, con el encargado de la investigación interrogando a los sospechosos, buscando la verdad entre las mentiras, y reuniendo pruebas para reconstruir el crimen, y desvelar el móvil, las circunstancias y los medios, pero enseguida la historia se reconduce y el desarrollo se complica al presentar nuevos personajes, misteriosos antagonistas y nuevos hilos argumentales que convergen alrededor de los protagonistas, que como cascarones de nuez en un mar embravecido azotado por la tormenta van a la deriva empujados por vientos de cambio que vaticinan, implacables, el ocaso de los druidas.
Los autores nos presentan una historia enmarcada en el género negro, el thriller de misterio, pero en contexto histórico sugerente y original (si obviamos, claro, ese Astérix de Uderzo y Goscinny que comparte emplazamiento… aunque quinientos años de distancia en el tiempo) donde sobresale el trabajo de documentación de los escritores y se pueden apreciar los detalles más nimios del momento y el lugar donde se desarrolla la trama en las construcciones, los objetos o los ropajes gracias al brillante trabajo de Lamontagne. Como siempre, la edición de Yermo (tamaño, cubiertas, papel, aunque en esta ocasión sin extras) está a la altura de las circunstáncias. Ya no es ninguna sorpresa la calidad sobresaliente de los productos de esta editorial.
Sí, “Los Druidas: El Misterio de los Ogams” de Istin, Jigourel y Lamontagne es, sin duda, una obra entretenida y, porqué no, muy didáctica. Con este cómic he descubierto muchas cosas que ignoraba de la cultura celta como, por ejemplo, la escritura Ogam, ese alfabeto sagrado de trazos o muescas utilizado sobre monumentos pétreos en tiempos de los druidas, la figura mítica del dios Lug, principal divinidad celta que tenía un caldero mágico donde preparaba pociones que curaban a los enfermos y y resucitaba a los muertos o la ciudad de Ys, la versión de Istin y Jigourel de Thulé, la mítica Isla Blanca descubierta por el navegante griego Píteas, capital de Hiperbórea, reino de los Dioses, y que a veces se ha asimilado al mítico continente perdido de la Atlántida. Y mucho más.
Los Druidas: El Misterio de los Ogams
Guión: Istin, Jigourel
Dibujo: Jacques Lamontagne
Título original: “Les druides” (vol. 1 a 3, Soleil Productions)
Fecha de publicación: Octubre de 2015
ISBN: 978-84-16428-25-0
Formato: Tamaño: 22,0×29,5cm. Cartoné. Color
Páginas: 144
Precio: 34,00 euros
Pues yo recuerdo está película con mucho cariño. Quizás no llegue al nivel de Toy Story o Gremlins pero... ¿qué…