Odio los insectos. No es que me den miedo, pues tengo claro que la mayoría de ellos son inofensivos, pero me dan mucho asco. Criaturas que conviven entre nosotros y que pueden llegar a provocar verdaderas catástrofes: cuando estoy huyendo de una cucaracha no tengo la menor idea de hacia donde voy y lo que me llevo por delante en mi frenética carrera. No hay peor fin del mundo imaginable que el que propone “La bella muerte“.
El fin de la humanidad ha llegado. Los insectos del espacio infinito son los amos de la tierra. ¿Qué sentido tiene resistirse? Esto es lo que se preguntan día tras día los únicos supervivientes de esta devastadora invasión. Buscando un propósito, un destino que justifique su existencia en un mundo en ruinas, no sospechan que forman parte de un plan mucho más amplio.
Los insectos de las ciudades viven en los rincones apartados de nuestros hogares, allí donde no llega ni nuestra vista ni nuestra limpieza. El sonido de un insecto genera inquietud, un zumbido que no sabemos de donde viene y a quien pertenece. Un insecto que no identificamos es amenazador y nos pone todos los sentidos en alerta. Es sucio, y puede doler. Un insecto da asco.
“La bella muerte“, la opera prima de Mathieu Bablet publicada originalmente en el año 2011, nos traslada al fin del mundo, otra vez. El apocalipsis, de nuevo. El ocaso de la civilización, como recurso creativo. Tarde o temprano nuestro mundo llegará a su final, y muchos son los que han teorizado sobre ello. Sin saber exactamente cuando, sorprende ver que es una de las pocas cosas en las que están de acuerdo la ciencia y la religión: una catástrofe irremediable provocará el fin de todo, tal y como hoy lo conocemos.
La película “Doce Monos“, el libro “Guerra Mundial Z” o el videojuego “Resident Evil” se contruyeron sobre la premisa de que un virus diseñado en un laboratorio o una epidemia que arrasaría con la vida humana, pero hay otras muchas funestas posibilidades para ver nuestro mundo colapsado: la guerra nuclear mundial (“Cuando el viento sopla“), el cambio climático descontrolado (“El día de mañana“), la invasión de una raza alienígena hostil (“Independence Day“), una inteligencia artificial demasiado inteligente (“Matrix“), un asteriode errante que colisione con nuestro planeta (“Armageddon“), o incluso la muerte del Sol (“Sunshine“). Y “La bella muerte” (“La belle mort“) nos plantea una posibilidad que, para los que odiamos a los insectos, es el peor panorama imaginable: insectos del espacio exterior han acabado con la humanidad y los pocos supervivientes que quedan sobreviven a duras penas en las ruinas de la civilización.
Además del cómo, de las causas del apocalipsis, se ha fabulado mucho también acerca de las consecuencias del apocalipsis sobre la raza humana y acerca de como reaccionaran los hombres y las mujeres ante el colapso de la civilización. Y la mayoría de obras dejan en muy mal lugar a la humanidad, egoista, violenta, cruel, inmoral y primaria. El hombre es un lobo para el hombre, sobretodo cuando las circunstancias son adversas. La especulación es poco optimista sobre la humanidad de la humanidad, valga la redundancia.
La ciencia-ficción distópica de “La bella muerte” no evita analizar este comportamiento, y la primera mitad de la historia se dedica a seguir a tres de los pocos supervivientes de esta invasión de insectos, tres jóvenes que intentan sobrevivir entre las ruinas de la ciudad de Nueva York (que podría ser cualquier ciudad, pero en algunos momentos nos deja entrever algunos iconos de la metropolis, como el puente de Brooklyn), en busca de latas de conserva sin caducar, de un refugio seguro, siempre huyendo de sus insectívoros perseguidores que les acechan en las sombras. Sobrevivir es el objetivo, y lo de menos es el camino elegido para ello.
La segunda mitad de “La bella muerte” cambia de tercio, se aleja de la historia de supervivencia y nos desvela que los tres protagonistas forman parte de un plan mayor y busca dotar al cómic de una trascendencia que no necesitaba. Sin la menor duda el mayor interés de esta obra reside en un la vida diaria de los tres personajes deprimidos y hambrientos, sin ninguna motivación más que sobrevivir para vivir un nuevo amanecer, como el Robert Neville de “Soy leyenda” interpretado por Will Smith. Los insectos, como los infectados de la película de Francis Lawrence y la novela de Richard Matheson, son un simple contexto para narrarnos la vida de los supervivientes en un mundo devastado. Y ahí debería haberse quedado Mathieu Bablet.
“La bella muerte” es un buen cómic de ciencia-ficción, mucho mejor en su primera mitad que en la segunda. Su especulación acerca del comportamiento de los supervivientes, sobre como el instinto de sobrevivir prevalece por encima de cualquier dilema moral y como los tres protagonistas siguen adelante, siempre adelante, sin ningun objetivo concreto, me parece realmente acertado. Las historias sobre el fin del mundo suelen cojear aquí, en el propósito de los supervivientes una vez la sociedad humana ha colapsado, mientras que la reflexión de Mathieu Bablet en “La bella muerte” me parece de lo más creible y, sobretodo, muy humana.
La bella muerte.
Autor: Mathieu Bablet
ISBN: 978-84-17294-77-9
Formato: 24x32cm. Cartoné. Color.
Páginas: 152
Precio: 25,00 euros
A ver, la de abogados cristianos (me la agarras con la mano) me parece tan estúpido... en fin, además ahora,…