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En la ceremonia de los Oscars del año 2014 “Gravity” fue la triunfadora con siete galardones (aunque “12 años de esclavitud” se quedó con la preciada estatuilla a la mejor película). Lo mereció: esta película era lo más parecido que habíamos visto nunca a un viaje al espacio. Además fue aclamada por la crítica y consiguió grandes datos en taquilla, unos 700 millones de dólares en total. El director mexicano Alfonso Cuarón nos llevaba literalmente al espacio, a la ingravidez, y lograba ese milagro audiovisual diseñando milimétricamente lo que mostraba y cómo lo mostraba en un salto al vacío técnico. James Cameron la calificó como “la mejor película del espacio jamás filmada“, pero el astrofísico Neil deGrasse Tyson le encontró muchas imperfecciones: que si el pelo de Sandra Bullock debería flotar, que si la basura espacial debía flotar en dirección opuesta, que si es prácticamente imposible que satélites y estaciones se encuentren en el mismo plano visual, que si las astronautas no llevan una ropa interior tan escueta,…
El argumento, es cierto, era plano y la odisea de Ryan Stone era poco creible por la cantidad de infortunios y accidentes a los que se veía sometida sin morir. Ella, una ingeniera médica en su primera misión espacial, junto al astronauta Matt Kowalsky, en su último vuelo antes de retirarse en un aparente paseo espacial de rutina durante el que se desencadena el desastre: su transbordador es destruido y los dos se quedan solos, unidos el uno al otro y dando vueltas en la claustrofóbica oscuridad del cosmos.
Con solo dos actores, Sandra Bullock y George Clooney, “Gravity” consigue llevar al espectador a través de su apasionante desarrollo hipnótico de creciente tensión, pero nunca consigue convencerle la parte más conmovedora, más lacrimógena, la de la redención de Ryan Stone tras la pérdida de su hija.

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