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Aunque es terriblemente injusto, el escritor norteamericano Philip K. Dick es un completo desconocido para la mayoría de lectores del mundo. Quizás si se menciona “Blade Runner” (pero no “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?“) alguno pueda asentir, aunque en sus ojos aún se dibujará la confusión. Si le decimos que es el autor cuyas obras inspiraron las películas “Desafío Total” o “Minority Report” nos mirará con condescendencia. Sin embargo, más allá de las barreras de un género que es minoritario y en muchas ocasiones menospreciado, Philip K. Dick es uno de los autores esenciales del género del siglo XX. El beatnik de la ciencia-ficción, creador de la ciencia-ficción pop, hemos tenido que llegar al siglo XXI para reconocer su capacidad profética y lo terriblemente anticipadora que era su literatura. Podríamos llegar a decir que vivimos en el mundo que imaginó Philip K. Dick.

Entre su extensa producción (36 novelas y 121 relatos breves) es difícil destacar algún título por encima del resto. Ninguno de ellos, lamentablemente, obtuvo ni la popularidad ni el reconocimiento merecido en su momento. Solo “El hombre en el castillo“, ganadora del premio Hugo a la mejor novela del año 1962, y “Fluyan mis lágrimas, dijo el policía“, premio John W. Campbell Memorial a la mejor novela en 1975. En 2005, póstumamente, Philip K. Dick fue incluido en el Salón de la Fama de la Ciencia-Ficción. Su vida personal no fue mucho mejor: sus cinco matrimonios fueron un desastre, estuvo arruinado la mayor parte de su vida, perdió la cabeza, se sintió perseguido y amenazado en su mundo de paranoia, y murió sin llegar a sospechar el tremendo éxito que tendría su obra literaria.

Gracias a sus obras muchos escritores logran perpetuarse después de su muerte. Se convierten en eternos. Así ocurre con la obra de Philip K. Dick, que desafía a diario el paso del tiempo gracias a la capacidad de sus historias para no envejecer. El hecho de que el cine haya escogido en varias ocasiones novelas y relatos suyos para adaptarlos a la gran pantalla lo demuestra. Y sin embargo, Dick solamente llegó a ver la adaptación de uno de sus relatos para la televisión y algunas escenas de “Blade Runner“, que se estrenó cuatro meses después de su muerte. Paradójicamente fue esta última la que le abrió a Dick las puertas del gran público, aunque lejos de la devoción que se rinde a Isaac Asimov, Ray Bradbury o a Arthur C. Clarke.

Una de sus obras más destacadas, y poco conocidas, es “Ubik“. También es una de las más representativas de su obra pues incluye muchos de los temas recurrentes que le interesaron, como la vida después de la muerte, universos múltiples unos dentro de otros, la paranoia inducida o la desintegración de la realidad. Escrita en el año 1969, esta novela de apenas doscientas páginas es una comedia absurda que mezcla espionajes corporativos y poderes psíquicos, telépatas y precognitivos, pero cuyo centro de gravedad es el ‘ubik’, una sustancia que puede revertir las alteraciones en la realidad y que salpica toda la historia con sus anuncios.
Ubik” empieza con una muerte, la de Glen Runciter, durante un viaje a la Luna para investigar un sabotaje en unas instalaciones. Pero, ¿está realmente muerto o lo están todos los demás? Lo que es seguro es que alguien ha muerto en una explosión organizada por los competidores de Runciter Asociados. De hecho, sus empleados asisten a un funeral. Pero durante el duelo comienzan a recibir mensajes desconcertantes, e incluso morbosos, de su jefe. Joe Chip intentará desentrañar el misterio y sobrevivir en este futuro hipercapitalista, en el que absolutamente todo tiene un precio (¡incluso abrir la puerta de casa!), pero no será fácil: el mundo a su alrededor comienza a desmoronarse de un modo que sugiere que a él tampoco le queda mucho tiempo. También el del lector, qué no acabará de saber es real y que no lo es, y que no podrá estar seguro de absolutamente nada. Ni siquiera tras leer la última página.

En “Ubik” cada lector tiene su propia teoría sobre la historia que nos había contado Philip K. Dick: ¿estaban todos muertos y unidos entre ellos en un estado de animación suspendida? ¿o quizás todo es una ilusión de Chip inducida por las drogas? Dick juega con los lectores y les hace dudar. Los desorienta, como hace el científico de bata blanca con un ratón al que ha metido en un laberinto. Ahí está lo bueno: cada uno puede dar forma a su propia versión, buscar su propio camino por los recovecos del laberinto, aunque sería bueno tener en cuenta la paranoica visión que tenía Philip K. Dick sobre el futuro distópico que nos esperaba. Y por eso sería lógico apostar por aquellas teorías que nos auguran un mañana oscuro y pesimista.

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