Vista en 2006 esta película, con la que el director mexicano Alfonso Cuarón comenzó a consolidarse como uno de los grandes, resultaba una fascinante experiencia inmersiva a medio camino entre la acción y el drama, ambientada en un futuro distópico situado en el 2027 en el que Londres se ve asolado por la pobreza, sobrepasado por la inmigración y ferreamente controlado por los militares mientras el mundo languidece por un problema de fertilidad. Vista hoy al tenso e inquietante visionado de entonces cabe añadir un plus de temor porque ese futuro no está ahora mismo tan lejos de lo posible. Estuvo nominada a los óscars a mejor guión adaptado, fotografía y montaje.
Mullan, Danny Huston, Clare-Hope Ashitey, Pam Ferris, Charlie Hunnam, Oana Pellea, Jacek Koman, Ed Westwick, Paul Sharma
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Cuando vi “Hijos de los hombres” en 2006 me pareció
fascinante y como no tuvo demasiado eco la fui recomendando por aquí y por allá.
Alfonso Cuarón había rodado previamente “Sólo con tu pareja” (1991), “La
princesita” (1995), “Grandes esperanzas” (1998), “Y tu mamá también” (2001) y “Harry
Potter y el prisionero de Azkabán” (2004) demostrando ser un todoterreno y uno
de los directores más prometedores de su generación. Lo confirmó después con “Gravity”
(2013) y con “Roma”( 2018) gracias a las que atesora dos óscars como mejor
director. El caso es que si entonces quería recomendarla por lo interesante que
me parecía la propuesta, ahora lo haría por la peligrosa deriva que está
tomando el mundo en el que vivimos que hace que, en tan solo unos meses, ese
futuro que se nos pinta de 2027 no nos parezca tan poco probable como lo era el
año pasado o hace catorce años cuando se estrenó esta película.
“Hijos de los hombres” recrea un mundo distópico que resulta aterrador con la humanidad condenada a la extinción y se antoja tan terrible porque después de la
pandemia de coronavirus todos somos conscientes que cualquier distopía que nos
hayan contado quizás no esté tan lejos de convertirse en realidad y menos la que nos cuenta Cuarón (por cierto, hay un momento que hablan de una “pandemia de gripe” en 2008, ahora pone los pelos como escarpias). En concreto ese futuro me cuadraría perfectamente en siete
años: ciudades donde la gente vive apiñada y la pobreza es patente por doquier,
el individuo vive una vida deshumanizada pegado a las pantallas (Theo trabaja
como funcionario y pide a su jefe teletrabajar después de quedar impactado por
un atentado), la sociedad es incapaz de asimilar el problema de una inmigración
convertida en problema estructural, las personas crean bandos antisistema para
luchar por lo que consideran justo y actúan sin miramientos ni escrúpulos
(seguramente afectados por dramas personales como el que intuimos en el
protagonista y su expareja) y el ejército
impone un control marcial en las calles como solución de los gobiernos ante la
inestabilidad social. Una posible vía de
escape es el mundo rural, pero tampoco es seguro, conviene esconderse para
lograr una cierta tranquilidad como hace el personaje de Michael Caine (Jasper)
que vive aislado con su mujer (que no habla y está claramente afectada por un
trauma) y mitiga su dolor con marihuana y drogas blandas.
El personaje de Clive Owen (Theo)
visita a lo largo de la película a su primo (Nigel), que ocupa un alto rango en
el gobierno, vive en una lujosa mansión y se dedica a rescatar obras de arte
que de otra forma serían destruidas por un pueblo harto de sus gobernantes. En
un momento determinado Theo le dice “No te entiendo, dentro de 100 años no habrá
ni un alma para ver todo esto, ¿cómo puedes seguir?” y Nigel le contesta “¿Sabes
cómo Theo? Simplemente no pienso en eso”. Es la clave de este relato de
ciencia-ficción basado en la novela homónima de P. D. James de 1992 porque
revela cómo las decisiones de nuestros políticos pueden llevarnos directamente
al caos si no hay capacidad para pensar en nuestro porvenir.
Indudablemente la capacidad para generar debate y su acertada
descripción de un futuro posible es lo mejor de esta película, su valor añadido
para el espectador; pero es que además Cuarón consigue un hacernos vibrar con un relato intenso que no da respiro. Lo logra siguiendo de cerca los pasos del protagonista a lo largo de unas horas
en las que una serie de acontecimientos de desencadenan a su alrededor y le
involucran directamente en una aventura en la que el futuro
de la humanidad va a estar en juego.
El relato es profundamente dramático y amargo, pero Cuarón
no se detiene en sentimientos y estados de ánimo y la película elude el drama (que, eso sí,
lo empapa todo con una hondísima tristeza) y tiende a la acción. Sólo se nos da alguna pista de lo que los
personajes están viviendo (cuando Theo se acurruca junto a un árbol a
llorar en un momento de respiro que dura segundos) pero la trepidante realidad
les atropella, les impide la autocompasión y deben seguir adelante. La cámara viaja
junto a Theo, muchas veces lo sigue como si estuviéramos a su lado y de ese modo se
logra una fantástica sensación de verosimilitud. Hay que explicar que esa
técnica narrativa a través de planos secuencias es un alarde complejísimo de
rodar que se va haciendo cada vez más usual en cine y series porque proporciona a los argumentos nervio y mucha verdad.
Particularmente me encantan este tipo de experiencias
inmersivas, de las que cada vez se está haciendo más películas y recuerdo a
bote pronto títulos como “El renacido” (Alejandro González Iñarritu, 2015) o “1917”
(Sam Mendes, 2019) y, como no, el arranque de “Salvar al soldado Ryan” (Steven
Spielberg, 1998) que fue un poco el que inauguró la corriente. Con “Hijos de
los hombres” se logran dos horas de tensión y acción apasionantes y además la
descripción de un mundo posible que nos debería invitar a reflexionar.
Cuarón adaptó el guión de la novela y la autora se mostró
muy satisfecha con el resultado de la película. Como tema de fondo en ambas
está la esperanza y el director deja claro que ésta depende de las nuevas
generaciones, sugiriendo de forma implícita que debemos cuidarlas para que el futuro pueda
ser mejor que nuestro presente. El final queda ligeramente abierto y
el espectador debe cerrar el argumento reflexionando sobre lo que vendrá después, pero hay un atisbo de esperanza que te deja un buen poso. A lo largo de
la película la desesperanza y el dolor se palpan en ese futuro
que se describe, pero se deja claro que aunque seamos nosotros mismos los responsables de nuestras
desdichas, también somos la clave de nuestra salvación. Es la esencia del ser
humano, capaz de actuar con la violencia que lo hace el militar que sube al
autobús de inmigrantes o el antisistema de gatillo fácil o capaz de ayudar de manera desinteresada como la gitana del campo de
inmigranteso los personajes de Michael
Caine y Clive Owen. Cabría preguntarse en qué rol queremos estar cada uno de nosotros en caso de una crisis.
Una gran obra de ciencia-ficción sobre nuestro futuro y también sobre la esperanza.
A ver, yo entiendo que estafa es cuando te quedas tú el dinero, no cuando el dinero es un donativo…