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El primer episodio de la sexta temporada juega con la idea de convertir nuestras vidas en un producto de consumo para los demás y lo hace con un guión que de pronto se convierte en un bucle o juego infinito de espejos. La verdad es que engancha y se pone interesante enseguida, pero la repetición termina haciéndose un poco pesada y el tono de comedia aunque aligera el cansancio por la reiteración le quita seriedad y trascendencia. Sobrevuelan en este capítulo ideas tan interesantes como la mala costumbre de no leer las condiciones de los contratos que aceptamos o el hecho de que la sociedad actual parece estar completamente enganchada al streaming y es capaz de ver en la tele productos tan simples como la vida de otra persona, lo que en realidad revela una falta de contenidos atractivos que ofrecer por parte de las plataformas y una nula exigencia por nuestra parte como espectadores. En cualquier caso un capítulo que dista de ser redondo, a pesar de ser de los mejores de la temporada.