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Desde que el CGI se convirtió en una herramienta esencial para hacer cine son muchas las películas que se han servido de ésta tecnología de efectos especiales hechos por ordenador para hacer aquello que antes simplemente requería de artesanos habilidosos. Hubo un tiempo en que las criaturas y los monstruos eran disfraces y miniaturas que se guardaban en un almacén cuando terminaban los rodajes, los decorados eran reales, a veces de cartón piedra, e incluso se levantaban pueblos enteros del Viejo Oeste en el desierto de Tabernas, en la provincia de Almería, y el ingenio de los artistas era necesario para solucionar los retos que proponían los directores de cine, pioneros cargados de ideas originales. El CGI casi ha acabado con todo ello y la magia del cine del siglo XX se ha convertido en algo diferente. Podría ser que maestros como Rick Baker, Stan Winston, George Méliès, Eugen Schufftan, Bob Mattey o Ray Harryhausen no tuviesen sitio en el cine del CGI de hoy en día.

El CGI también tuvo sus primeros pasos, inseguros y dubitativos, pero que abrieron un universo de posibilidades que hoy son una realidad. Corría el año 1982, y los ordenadores aún no formaban parte de nuestra vida diaria. Apenas se habían cumplido cinco años desde la aparición de los primeros ordenadores personales, pero ese mismo año 1982 saldrían a la venta el ordenador ZX Spectrum y el Commodore 64 y se viviría una revolución en el uso doméstico de la informática y los ordenadores. El asunto estaba, por lo tanto, en ebullición. Y la llegada de “Tron” lo revolucionó todo.

Esta película de culto de ciencia-ficción dirigida por Steven Lisberger y protagonizada por Jeff Bridges, Barnard Hughes, Bruce Boxleitner, Cindy Morgan, David Warner y Peter Jurasik abrió el mundo de la informática al cine, como parte del argumento y como herramienta para dar forma a mundos virtuales, escenarios digitales que no existen en el mundo real y que residen, guardados en forma de ceros y unos, en el disco duro de un ordenador. “Tron” nos contaba la historia de Kevin Flynn, un visionario informático que quedó atrapado en los circuitos de una computadora muy avanzada. Una dimensión digital en la que los programas tienen forma humana y a la que ahora llegará accidentalmente su hijo, Sam Flynn, dispuesto a rescatarle.

Hay que recordar que estábamos en 1982 y que, pese a las limitaciones tecnológicas, ese universo insólito e innovador, visual y tecnológicamente, era algo nunca visto para los espectadores. ¡Era ciencia ficción! Aunque no fue un éxito de taquilla, la película se convirtió en una obra de culto, elevada a esta categoría gracias a su particular estética. Incluso si lo vemos desde el siglo XXI, con condescendencia y nostalgia, su propuesta de formas geométricas y sencillas nos sigue pareciendo fascinante. No hay que olvidar que en su diseño participaron ilustradores de tanto prestigio como Moebius o Syd Mead. Y no se puede negar que todos recordamos esa espectacular carrera de motos, con Jeff Bridges circulando por un circuito en 3D, y los vehículos dejando una estela de color a su paso.

Casi treinta años después de “Tron” llegó, con pocas críticas positivas, la secuela. “TRON Legacy” nos devolvía de nuevo al mundo digital de la película original con una estética renovada a base de CGI, y una historia que intentaba conectar ambas películas.

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