Ahora que “Dune” de Denis Villeneuve ha sacudido las pantallas de cine como hace tiempo que no sucedía, por culpa de la pandemia del Covid-19, el impacto del ascenso del streaming y la fuga de los espectadores de las salas de cine, parece una buena ocasión para reivindicar la versión de David Lynch.
El director David Lynch es un creador peculiar y no apto para todos los paladares, responsable de joyas del séptimo arte como “Mulholland Drive“, “Carretera perdida“, “Blue Velvet” o “El hombre elefante“, y se le puede considerar el pionero de las series de televisión del siglo XXI por la mítica “Twin Peaks“, creada junto al guionista Mark Frost. Y en 1984 recibió el encargo de adaptar la novela “Dune” de Frank Herbert a la gran pantalla. Fue la primera incursión del director en el género de la ciencia-ficción, y su propuesta no podía haber sido más lynchiana, contra la voluntad de los productores: Dino de Laurentiis simplemente quería un blockbuster como “La guerra de las galaxias”, y David Lynch le entregó una obra personalísima. La crítica la masacró, pero Frank Herbert se mostró encantado con la adaptación de su obra maestra. Sí, para algunos es una obra maestra y para otros una película infame pero la “Dune” de David Lynch es, eso seguro, una obra maldita.
La novela de Frank Herbert era la historia del planeta Arrakis, también conocido como Dune. Dune es un planeta singular en la galaxia porque es el único lugar donde se puede obtener la especia llamada melange, una sustancia poderosa que actúa como combustible de los viajes espaciales y otorga extraordinarias habilidades psíquicas a algunos colectivos. En definitiva, quién controle la especia tendrá el poder del imperio en sus manos, y por eso los Atreides, la dinastía a la que el Emperador Padishah Shaddam IV encarga la explotación del planeta, serán objeto de ataques y traiciones, especialmente por los anteriores gestores del lugar, los despechados Harkonen. Desterrado a los peligrosos desiertos del planeta, el joven Paul Atreides tendrá que convertirse en el Mesías, el Muad’Dib que los nativos del lugar, conocidos como Fremen, llevan esperando mucho tiempo. Y en lo que él mismo lleva tiempo viendo en sueños.
La producción de “Dune” fue un verdadero caos, y hay numerosos artículos en la red que describen los detalles de lo acontecido. El proyecto original estaba en manos del dramaturgo, director de cine, guionista, novelista, psicomago, filósofo y experto en tarot chileno Alejandro Jodorowsky. Su propuesta duraba alrededor de nueve horas y trabajó junto a artistas tan distintos como H.R. Giger, Salvador Dalí o Moebius para dar forma al universo de Frank Herbert pero cuando el magnate italiano Dino de Laurentiis compró los derechos de la novela el proyecto pasó a las manos de Ridley Scott, que lo rechazó, y terminó en las de Lynch. Con un elenco internacional encabezado por Kyle MacLachlan, Francesca Annis, Brad Dourif, José Ferrer, Linda Hunt, Freddie Jones, Richard Jordan, Virginia Madsen, Silvana Mangano, Everett McGill, Kenneth McMillan, Jürgen Prochnow, Paul L. Smith, Patrick Stewart, Sting, Dean Stockwell, Max von Sydow y Sean Young, entre muchos otros, el rodaje de la película fue faraónico: 40 millones de presupuesto, 20.000 extras, casi 70 decorados poblados con criaturas creadas por Carlo Rambaldi, un equipo de 1700 personas,… y sufrió numerosas crisis, accidentes y abandonos de miembros del equipo. ¿El golpe de gracia? El montaje final de dos horas impuesto por la productora con el que Lynch nunca estuvo de acuerdo.
El tiempo ha puesto etiquetas terribles al “Dune” de David Lynch, y muchas de ellas son injustas porque se basan en su leyenda maldita. Lamentablemente todos sus responsables renegaron de ella y con ello dieron la razón a sus críticos.
Pues yo recuerdo está película con mucho cariño. Quizás no llegue al nivel de Toy Story o Gremlins pero... ¿qué…