Hoy toca hablar de una película que la mayoría de nosotros debería haber visto y disfrutado, una pequeña maravilla del cine de animación que, sin embargo, ha pasado completamente desapercibida por estos lares y que si no se recomienda y pasa del boca a oreja quedará en el olvido de la forma más injusta.

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Título original: Mary and Max
País: Australia
Estreno en USA: 25/09/2009
Productora: Melodrama Pictures
Música: Dale Cornelius
Guión: Adam Elliot
Reparto: (Voces de) Philip Seymour Hoffman, Toni Collette, Eric Bana, Renée Geyer, Ian ‘Molly’ Meldrum, Julie Forsyth, John Flaus, Barry Humphries.

Esta es la historia de una casualidad porque navegando por internet por las webs en las que suelo buscar información cinematográfica me topé con esta película a la que ponían francamente bien, de hecho como una de las mejores películas de 2009.  ¿Pero qué es esto? ¿De dónde ha salido? ¿Se ha estrenado en España?  Sé que se presentó en Sitges, que ganó uno de los premios más importantes de la animación mundial (Annency), que obtuvo aplausos en el Festival de Berlín por un lado y en el de Sundance por otro, pero su distribución ha sido nula, seguramente porque aún hay muchos prejuicios en España con el cine de animación de gente que piensa que una película de animación que no es para niños va a tener poca taquilla y lo malo es que puede que sea verdad.

El caso es que esta es la típica película que o te la recomiendan y rastreas su pista o te la pierdes, porque apenas se ha publicitado, apenas hay noticias o reseñas de ella y, salvo que me equivoque, creo que no ha llegado a estrenarse en España. Bendito internet oiga, como dijo una vez Eduard Punset, “No se le pueden poner puertas al mar”  ¿Cómo accederíamos a películas como ésta si internet no fuera lo que es?

Se trata de la primera película de Adam Elliot, un animador australiano que trabaja con plastilina y que ganó un óscar por su corto Harvie Krumpet(http://www.youtube.com/watch?v=ouyVS6HOFeo).
Y ahora aconsejo que nadie piense “Ah, bueno, una película de muñecotes de plastilina”, sería un error, la película merece y mucho la pena y tampoco hay que pensar sobre ella que es para niños porque precisamente es al revés.

El argumento trata sobre una niña feucha y gafotas de ocho años llamada Mary que vive en Melbourne con una madre alcohólica y Max, un hombre judío de 44 años que parece mayor, orondo que vive en Nueva York y tiende a la soledad y al aislamiento debido a  su síndrome de Asperger. Por pura casualidad y a causa del deseo irrefrenable de encontrar un amigo, aunque sea a distancia, a través del intercambio epistolar, Mary contacta con Max y comienzan a escribirse llegando a desarrollar una hermosa amistad.

Así contado puede parecer que tiene un argumento incluso ñoño, pero garantizo que el argumento no lo es. Desde luego no es una película para niños, habla sobre amistad, pero también sobre frustraciones, complejos, depresión y aunque destaca por su humor negro posee un profundo poso agridulce y melancólico que por momentos te entristece, aunque la lectura final es positiva, esperanzadora en cierto modo, aunque también realista y para nada edulcorada. Por así decirlo está en las antípodas expresivas y estilísticas de las antiguas producciones Disney.

La animación de la película está hecha con la técnica de la stop motion y con plastilina (lo que se denomina en inglés Claymation) y por buscarle un cierto parentesco reciente podríamos remitir a “Wallace y Gromit” o a “Evasión en la granja”, pero todo lo que en aquellas era colorista o divertido, en esta película se convierte en gris e irónico. Por supuesto podemos sonreír en muchas ocasiones, incluso con hechos tan poco cómicos como el alcoholismo de la madre o las tendencias suicidas de algún personaje, pero uno siempre regresa a la mirada tierna y compasiva ante unos personajes que realmente las están pasando canutas, por mucho que sean de plastilina y nos animen la tarde. Tampoco quiero dar la impresión con todo esto de que la película sea dura o pesada, para nada, pero hay que ser conscientes que es una película seria y adulta con una apariencia distinta. El cine de animación hace mucho que dejó de ser exclusivamente para tiernos infantes.

 

 

Por supuesto lo que es la animación en sí es ya un trabajo magnífico (con tendencia cromática hacia los grises y marrones, lo cual más que algo importante es una seña plástica de identidad que nos crea de por sí un cierto estado de ánimo), pero además se ha hecho un trabajo imponente con el guión. A base de las cartas que se van enviando los personajes llegamos a conocerlos y a descubrir sus singularidades. Ambos son la radiografía de los “perdedores” (nunca me ha gustado este calificativo, creo que es injusto y muy superficial, pero seguro que se me entiende), personas apartadas de la sociedad y que se sienten inferiores al resto y poco útiles, pero amparados por la distancia y el intercambio de las cartas encuentran un vehículo para conocerse y sacar lo mejor de sí mismos (ojo porque el texto en ellas resulta impactante en más de un momento y enternece casi siempre).

Indudablemente todos pasamos por estados de ánimos más bajos, depresiones y malos momentos por lo que es fácil identificarse y lograr una relación de empatía con los personajes, máxime cuando al ser exageraciones siempre quedan mucho peor de lo que hayamos podido estar y sirven para relativizar nuestros propios problemas. Pienso que en ese sentido la película es especialmente generosa porque regala un soplo de esperanza y la convicción de que hay siempre alguien con quien se pueda conectar.

Una vez vista me encontré reflexionando mucho sobre ella y ligeramente emocionado. Hay que tener el corazón de esparto para que el argumento y los personajes no te conmuevan y desde luego su moraleja final es una gran verdad: “Dios nos dio familiares, gracias a Dios, que podemos elegir a nuestros amigos” y también lo es que hay película cuyo peso específico es mayor que su repercusión y ésta es una de ellas.

Nunca la plastilina había conmovido tanto.