Poca gente conoce este título, que pese a pasar de puntillas por las historias del cine y haberse emitido pocas veces en las televisiones, es uno de los más destacados del cine romántico de todos los tiempos.

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Productor: Fred Kohlmar para 20th Century Fox
Guión: Philip Dunne, según la novela de R. A. Dick
Fotografía: Charles Lang
Música: Bernard Herrmann
Montaje: Dorothy Spencer
Efectos especiales: Fred Sersen
Intérpretes: Gene Tierney (Lucy Muir), Rex Harrison (capitán Daniel Gregg), George Sanders (Miles Fairley), Edna Best (Martha Huggins), Vanessa Brown (Anna Muir de adulta), Anna Lee (señora Farley), Robert Coote (Coombe), Natalie Wood (Anna Muir de niña), Isobel Elsom (Angelica), Victoria Horne (Eva), Helen Freeman, Stuart Holmes, William Sterling.
Nacionalidad: USA
Duración y datos técnicos: 104 min.

Joseph L. Mankiewicz firmó en 1947 uno de sus títulos más peculiares, esta historia profundamente lírica a medio camino entre el melodrama y el fantástico, con algunas pinceladas de comedia que resulta una película “amable” y dulce y que, por hacer un símil que se entienda, sería para el cine lo que para la gastronomía sería un bombón.

La película trata sobre la señora Muir (“Miur” se pronuncia en inglés, una muy bien aprovechada Gene Tierney), una joven viuda que se traslada con su pequeña hija Anna (jovencísima aunque sin mucho protagonismo, Natalie Wood) y su sirvienta a una casa junto a un acantilado llamada La Gaviota donde se dice que habita el fantasma del viejo propietario, el capitán Gregg (magnífico Rex Harrison en uno de los personajes más atractivos de su fikmografía).

No es tanto el argumento lo que realmente atrapa de esta película, puesto que resulta sencillo y bastante previsible, sino más bien su ambientación, su tono melancólico y lírico, la oportunidad que ofrece de rememorar un tiempo anterior y no sólo un tiempo, sino una actitud, una forma de entender la vida.

La película pertenece a comienzos de siglo XX y a una sensibilidad completamente distinta a la actual (visualmente impacta y lo demuestra el momento en que la Sra. Muir se baña con la peculiar vestimenta para baño de la época agarrada a una cuerda de un cobertizo con ruedas). Vemos a una mujer joven, decidida, que tras quedar viuda se retira para rehacer su vida en solitario huyendo de Londres y de los lazos de su suegra y cuñada, chapadas a la antigua, muy del siglo XIX, para vivir a la orilla del mar, en constante estado melancólico pero dispuesta a rehacer su vida en soledad. Es una idea que resulta romántica y hoy en día demodé, pero que en su momento constituía también un cierto desafío a lo establecido, a lo socialmente aceptado, cosa con la que el guión juega en todo momento y sobretodo cuando La Sra. Muir escribe el libro sobre el capitán Gregg usando un lenguaje que para nada sería adecuado para una dama.
Se inicia bordeando la comedia, introduce un cierto suspense cuando la Sra. Muir llega a la casa del fantasma que si bien no llega a aterrorizar si que inquieta un poco al principio y después el argumento da un giro hacia lo puramente romántico y sentimental lanzando una idea que provoca una cierta desazón y es que quizás el amor más puro y trascendente no tiene por qué ser el que vivimos en la realidad. Lo trata de demostrar el fragmento de la historia que trata la relación con Farley (qué bien hacía George Sanders de cínico y si no véase “Eva al desnudo”). Hay mucho de romanticismo en la historia de la Sra. Muir y el capitán Gregg, máxime cuando la historia los une al principio, pero los separa después durante años y esto hace que la película se vaya cargando de un tono melancólico y profundamente lírico que es lo que la hace especial y lo que constituye su verdadero encanto.

También son muy destacables las tomas del mar, la atmósfera de la casa junto al acantilado, los ambientes de luces y sombras, todo magníficamente fotografiado por Charles Lang en un gran trabajo que fue nominado al óscar y por supuesto la banda sonora de Bernard Hermann, a la que se une en algún momento el Adagio para cuerda de Samuel Barber que hemos oído en otras películas entre las que recuerdo a “Platoon” y que intensifica los momentos más emotivos. Todo resulta muy lírico, muy romántico, muy etéreo y por ello suele causar impacto en quien ve la película el final y antes de él la despedida del capitán, entre sueños de la Sra. Muir, que canta a los paraísos perdidos a lo que pudo ser y nunca fue, algo muy propio del romanticismo:

“¡Como te hubiera gustado el Cabo Norte,
y los Fiordos al sol de medianoche
Cruzar los arrecifes de Barbados
Donde el agua azul se vuelve verde
Las Falkland,
donde la galerna del sur hace que
el mar se ponga Blanco de espuma!
¡Cuantas cosas nos perdimos Lucia!
¡Cuantas cosas nos perdimos Lucia!
Adiós mi amor”

Con un planteamiento muy teatral, basada en los diálogos, algo que se le daba muy bien a Mankiewicz (véase por ejemplo la extraordinaria “Julio César”), la película avanza y se disfruta con una cierta indolencia, con cierta facilidad y sin que suframos bandazos emocionales, pero su argumento y su tono van dejando un poso anímico que explosiona el final y sobretodo en nuestro recuerdo, por ello, podríamos decir que gana en la memoria y permanece sobretodo por su atmósfera, por su sensibilidad y por su latente melancolía.

El éxito popular del filme dio lugar a una serie de televisión de cincuenta episodios de media hora con Edward Mulhare como el fantasma y Hope Lange como la señora Muir que se emitió entre 1968 y 1970.

Sin duda una película peculiar y atípica, una historia de amor imposible que constituye una de las muestras más delicadas, elegantes, etéreas y melancólicas del cine romántico y que, te va a atrapando de manera imperceptible hasta quedar asida en tus mejores recuerdos fílmicos. Absolutamente recomendable.