La Factoría de Ideas continúa ofreciéndonos la saga de “Malaz: El libro de los Caídos“, con la tercera entrega firmada por Steven Erikson. Titulada “Memorias del Hielo“, es un libro que visualmente sorprende por su tamaño (y texto reducido) y que continúa el buen hacer de las dos primeras entregas.

Memorias del Hielo.
Malaz: el libro de los caídos 3.
Autor: Steven Erikson.
Reseña de: Santiago Gª Solans.
La Factoría de Ideas. Col. Fantasía num. 81. Madrid, 2010. Título original: Memories of Ice. Traducción: Marta García Martínez. 852 páginas.

Tras los sucesos de Los jardines de la luna, una importante parte del ejército malazano que se encontraba de campaña en Genabackis bajo el mando del puño supremo Dujek Unbrazo ha sido declarada en rebeldía por la emperatriz, justo a tiempo para establecer una inestable alianza con sus antiguos enemigos Caladan Brood y Anomander Rake y sus huestes, y poder enfrentarse así conjuntamente a la enorme amenaza del pujante y sanguinario Dominio Painita. Pero, como deja bien claro el prólogo de la novela, esta es una guerra que lleva en marcha más de 300.000 años, un enfrentamiento que involucra a gran cantidad de razas y dioses y cuyos ecos se trasmiten a través de las eras. Una guerra de raíces míticas en la que se verán envueltos los abrasapuentes liderados por el capitán Ganoes Paran ―quien va a descubrir que sin mediar él han cargado sobre sus hombros una pesada e inesperada misión―, junto a un buen número de tropas exóticas cuyos líderes siempre tienen un plan propio dentro de los planes generales. La acción principal de Memorias del Hielo discurre paralelamente a la de Las puertas de la Casa de la Muerte, haciendo puntuales referencias a los sucesos de aquella y desvelando algunas de las claves de hechos allí intuidos y aquí explicados.

Se agradece, y mucho, que una escritura o traducción más claras ―o el simple hecho de que el lector se vaya acostumbrando a la forma de narrar de Erikson― propicien que la fluidez del relato sea mucho mayor que en las entregas anteriores, haciendo más fácil y agradable de seguir las diferentes tramas, a pesar de todos los vericuetos en que se ven continuamente inmersas. El autor está ofreciendo con Malaz una creación monumental en la que por fin se empiezan a ver más luces que sombras, ya que aquí se aclaran ―en parte― el trasfondo, las relaciones y buena parte de la Historia detrás de la historia inmediata que se está narrando. Se empiezan a vislumbrar las razones de la enemistad de distintas razas, como las causas para la eterna guerra entre Jaghut y T’lan Imass, o las relaciones de odio entre Moranthianos y Barghastianos, el destino trágico de los Tiste Andii, la pujanza de los humanos mortales…

Se adquiere una idea mucho más clara de lo que son las sendas mágicas ―aunque su uso siga siendo bastante críptico, variando mucho de una a otra―, de la baraja de dragones y los ascendientes, de las Casas, de las deidades y sus relaciones con sus seguidores… Y por encima de todo se asiste al relato de unos enfrentamientos épicos que van a llevar al límite a los protagonistas, haciéndoles dar incluso más de lo que ellos mismos pensaban que tenían. Envuelve el autor la idea de la guerra con toda su cruel repulsión y brutalidad, sembrándola de muertes, mezclando el heroísmo y el sacrificio con la más depravada deshumanización de los que han perdido toda esperanza. El honor, el coraje y la amistad se verán duramente puestas a prueba por la ambición y la traición, forjando lazos indestructibles y muy extrañas amistades. La desesperada defensa de Capustan o el asedio de la ciudad de Coral adquieren unas dimensiones míticas, de auténtica epopeya, llenas de dramatismo y tragedia, al tiempo que no duda Erikson en rebajar en los debidos momentos la tensión con un humor muchas veces ciertamente negro, a cargo de alguno de personajes como la cabo Rapiña y Mezcla de los abrasapuentes, o del genial Kruppe y sus monólogos enrevesados, o de dos nigromantes que no se sabe demasiado bien qué pintan allí salvo para dar el toque de comedia a una situación donde parecería que no tenía cabida..

Erikson dota a la acción de una portentosa imaginería visual, poblando el relato de poderosas y llamativas imágenes, escenas de gran fuerza descriptiva, viscerales o poéticas según requiera la ocasión. El desafío del autor es enorme, cubriendo su historia de tantas capas como las que se ocultan unos «aliados» a otros, abriendo multitud de líneas sin perder ninguna de vista, mostrando el coste de la pérdida y de la redención, de un simple gesto de generosidad que puede cambiar el curso de la Historia, el precio del amor y del sacrificio desinteresado, la compasión, el cansancio que causan la política y los combates en las gentes honradas, el horror de los fanatismos y a los abismos morales a los que pueden condenar a las personas, la barbarie que despiertan, la crueldad de quienes solo ven en los demás juguetes para jugar con ellos a su placer, los extremos a los que puede llevar la tiranía sin cortapisas, todopoderosa, el valor de la auténtica amistad entregada sin esperar nada a cambio y del de una simple palabra de aprecio, del coraje, el honor, la lealtad, la traición…, creando para ello un mundo plagado de detalles, de ruinas de civilizaciones antiguas, de historias olvidadas, de ciudades arrasadas y de enemistades cuya razón se esconde en la antigüedad de los anales de ciertas razas inmortales.

Reaparecen viejos conocidos, como una «renacida» Velajada ―y no viene sola―, Whiskeyjack, Kruppe, Ben el Rápido y otros tantos personajes de Los jardines de la luna, junto con otros que aparecen por primera vez y adquieren un singular protanismo, como los miembros de las Espadas Grises, unos «mercenarios» muy especiales, consagrados al dios Fener, con Brukhalian a la cabeza e Itkovian a su lado, o el capitán de caravanas Rezongo destinado a cumplir un papel que nunca ha deseado ni pedido, juguete de los poderes ascendentes de un nuevo dios renacido. Y Korlat, y Zorraplateada, y Kallor, y Coll y Murillio, viejos conocidos de Darujhistan, y los abrasapuentes, cada cual con sus propias peculariedades, y Toc el Joven, y Lady Envidia y un lobo y un perro enormes, y el sirviente Emancipor Reese, y los Irregulares de Mott, y Arpía y sus grandes cuervos, y… tantos que es sorprendente cómo el autor los mantiene a todos en movimiento sin que ninguno «tropiece» y se caiga de la escena.

Y entre tantos detalles, personajes que entran y salen continuamente, datos que se ofrecen en medio de una conversación aparentemente trivial… el lector no puede, o no debe, distraerse en ningún momento. Hay que estar atento a todo lo que sucede. No es éste un libro para leer «a ratos perdidos», sino que requiere un esfuerzo continuado, una tranquilidad que permita sumergirse en la lectura con calma y la atención dispuesta para no perderse nada. Las 850 páginas de apretada y pequeña letra requieren del lector un esfuerzo extra de concentración para no perder el hilo ni olvidar el quién es quién imprescindible para seguir la acción. Cabe decir que Erikson hace un fabuloso trabajo para dotar a cada protagonista de su propia personalidad y rasgos distintivos como para que no resulten en ningún momento confusos entre sí, pero su gran número y la dispersión a la que se ven abocados hace de su atento seguimiento una cuestión de vital importancia.

Responde, por fin, a muchas de las cuestiones que quedaban en el aire en los dos anteriores volúmenes, retomando muchos hilos del primero. Por fin, desde que empezara la serie, el lector obtiene aquí más respuestas que preguntas y aparece una visión mucho más diáfana del mundo en que se desenvuelve toda la acción, del trasfondo, de la estructura general de la serie y de las causas que han llevado al actual estado de las cosas. Cabe decir. además, que a pesar de formar parte de una serie, el libro se sostiene por sí solo; aunque sea imprescindible haber leído Los jardines de la luna para captar todos los detalles y requiebros, lo cierto es que Memorias del Hielo tiene una estructura formal de presentación, nudo y desenlace, con un final cerrado a pesar de anunciar futuras aventuras ―y hay que recordar que quedan siete libros todavía―.

Y sí, tiene por supuesto sus defectos. Hay personajes, como Bauchelain y su compañero Korbal Espita, muy interesantes, cierto, pero que apenas aportan realmente nada a la trama general de «esta» novela, más allá de su aporte como desahogo cómico de las tensas situaciones en que constantemente se encuentra la historia; o el guía de caravanas Buke, cuya presencia parece responder tan solo a marcar el territorio a tan peculiares hechiceros. Es de suponer que, como sucediera con personajes secundarios de la primera novela que aquí se destapan, estén destinados tener un mayor protagonismo en futuras entregas ―de hecho los dos nigromantes tienen cuatro novelas cortas independientes ya publicadas― y no es que sobren en absoluto, pero en este contexto quizá solo sirven como distracción de la línea principal y para aumentar el número de páginas de un libro que ya de por si habría sido voluminoso sin estos «añadidos». Una sensación que crece con detalles como los recursivos sueños de la mhybe, que por insistentes terminan siendo cansinos y no hubiera sido necesario que fuesen tan machaconamente repetitivos para concienciar al lector de su importancia ―parece que en este tema Erikson tema que al lector se le «escape» la importancia de su mensaje, así que se dedica a dejarlo más que claro llamando una y otra vez la atención sobre el mismo―. Y, sin embargo, a la pregunta de si sobrarían páginas la respuesta no puede ser sino negativa. Quizá no aporten respuestas, pero son un gozo de leer.

Sin embargo, quizá el elemento más desconcertante de Memorias del Hielo sea la progresiva «dragonbalización» de las tramas, donde a un personaje poderoso debe responder con la presencia de otro que lo es todavía más, a un mago otro superior, a una raza inmortal otra más siniestra e invencible, a un demonio un monstruo más cruel… rebajando mucho la emoción y distanciando al lector de unos protagonistas tan lejanos de él que hace muy difícil empatizar con ellos.

Y sobre todo ―y esto es una fobia personal mía― chirría la presencia de un tatuaje de una «rana de San Antonio» en un mundo donde veo difícil que haya hecho irrupción nuestro propio santoral. Detalles nimios, y otros como el baile de alguna letra o unos pocos errores tipográficos, que no deben desmerecer no obstante en absoluto un libro impresionante y de tal volumen que es prácticamente imposible que no se escape algún gazapo.

Erikson sale triunfante de la titánica tarea de mantener en marcha semejante cantidad de líneas y personajes, sin dejarse ninguna atrás, manteniendo el interés en todas ellas y llevándolas a su conjunción de una forma asombrosa; y aún se atreve a cerrarlo todo con un maravilloso epílogo que muestra que la historia de proporciones homéricas que se nos está narrando es mucho más que las partes individuales mostradas en cada libro, que todo esta relacionado y que los anales épicos del imperio de Malaz y del mundo en que se extiende tienen mucho todavía que decirnos. Tal vez no alcance del todo la altura épica de la cadena de perros, pero cuando el lector cierra Memorias del Hielo, cuando el drama ha terminado por esta ocasión, le queda meridianamente claro el porqué la serie se llama “El libro de los caídos”… Y es que alguien tiene que llevar la cuenta.