La revolución industrial de finales del siglo XVIII y principios del XIX significó un cambio socioeconómico, tecnológico y cultural de gran magnitud, el mayor desde el neolítico. Cambió la gestión de los recursos naturales, el modo de vida de los pueblos y las ciudades, la organización jerárquica de la sociedad y la aparición de un fenómeno que se ha extendido hasta nuestros días: las luchas sociales y obreras para obtener derechos laborales justos para el trabajador frente al patrón.

image1Marcinelle, 8 de agosto de 1956. En la mina de carbón del Bois du Cazier, una vagoneta mal encajada y un malentendido entre el interior de la mina y la superficie causarán la muerte de 262 hombres.

En Bélgica, en la región francófona de la Valonia, al sur de Charleroi, el Bois du Cazier es hoy un paraje idílico enclavado en plena naturaleza pero el verano del año 1956 fue el terrible escenario de una catástrofe minera que ha pasado a la historia de la industria del carbón. Un monumento conmemorativo dedicado a las más de doscientas sesenta víctimas del funesto accidente en la mina Puits Saint-Charles se puede encontrar en un tranquilo espacio arbolado de la ciudad de Marcinelle, junto a una amplia avenida. La mina, que siguió funcionando pese a la catástrofe, cerró en 1967 y desde el año 2002 es un museo conmemorativo del pasado industrial de Valonia.

La industria téxtil, la del carbón y la automovilística han liderado sucesivamente, desde el siglo XIX hasta hoy, las luchas obreras de la sociedad occidental. Desde los derechos de la mujer trabajadora, la protección de la infancia como mano de obra, el derecho al descanso semanal, los sueldos justos, las vacaciones pagadas, yuda económica para enfermedades, paro forzoso o vejez, el derecho a la huelga, los sindicatos,… y la seguridad. Cada uno de los pasos era (y es) una victoria para una sociedad heredera del medievalismo y del antiguo régimen anterior a la Revolución Francesa, que había cambiado para no cambiar nada: del aristócrata y el señor feudal que sometía al siervo la sociedad de la revolución industrial evolucionó al burgués y el patrón que sometía al obrero. Salir de las llamas para caer en las brasas.
Los primeros en responder ante la nueva situación fueron los tejedores ingleses que, en la segunda mitad del siglo XIX, se organizaron en cofradías o hermandades que tomaban el modelo de los gremios medievales. Aunque este movimiento no cuestionaba la industrialización, sino que reclamaba mejoras en las condiciones laborales, las primeras manifestaciones del movimiento obrero se reflejaron en la destrucción de máquinas, a las cuales se las responsabilizaba de la pérdida de la capacidad adquisitiva del pequeño artesano tradicional. A este activismo se le conoció como Ludismo (por Ned Ludd, el primer trabajador inglés que rompió un telar).
Con el nuevo siglo XX se produjo la expansión de la industrialización por toda Europa y, a su vez, el desarrollo del movimiento obrero y sindical. Los sindicatos fueron, en principio, asociaciones de obreros cualificados que buscaban una defensa en el mundo del trabajo y frente a la explotación capitalista pero a mediados del siglo XX, en el periodo de la posguerra, el movimiento obrero era una realidad consolidada, firme, con capacidad para decidir y modificar

El carbón, un combustible sólido no renovable de origen vegetal que contiene hidrocarburos volátiles, azufre y nitrógeno, fue durante mucho tiempo el principal combustible fósil utilizado por el hombre y esencial a partir de la primera revolución industrial, en los siglos XVIII y XIX, que se basó en gran parte en el desarrollo de la máquina de vapor. Pero esta roca sedimentaria tiene muchos más usos, desde la generación eléctrica hasta la fabricación de cemento, pasando por la producción del hierro y el acero, o los sistemas de calefacción central de turbinas eléctricas y en la producción de gas.
La industria del carbón en Europa recogió el testigo de la industria téxtil en el liderazgo de las luchas obreras, incidiendo prioritariamente en las necesarias mejoras en seguridad para los trabajadores. En Bélgica, donde ya existía una antigua tradición de extracción y metalurgia del hierro y del carbón concentrada en Valonia, la industria de extracción del carbón se había iniciado en el siglo XIX, y durante un tiempo fue la segunda potencia industrial del mundo, tras Inglaterra, y el segundo productor mundial de acero y carbón. El interesantísimo apéndice de diez páginas de Morgan Di Salvia que acompaña a “Marcinelle 1956” como un epílogo profundiza en todos estos aspectos y pone en contexto la historia que acabamos de leer, desde la pujanza de la industria del carbón belga después de la Segunda Guerra Mundial hasta la inmigración italiana y la numerosa comunidad del país transalpino en las minas de carbón de Bélgica, pasando por la vida en los barrios obreros o ‘corons’, el caso concreto de Bois du Cazier en Marcinelle y la relación del autor del cómic, Sergio Salma, con lo acontecido el 8 de agosto de 1956. Una lección de historia.

La mina Bois du Cazier en Marcinelle, también conocida como Puits Saint-Charles, era una de las más grandes de Bélgica. Su nivel más profundo alcanzaba los 1.175 metros, se extendía por casi 0,26 kilómetros cuadrados, y en 1955 producía 170.000 toneladas de carbón. En ese momento daba trabajo a 725 personas.
La mañana del 8 de agosto de 1956, 274 personas estaban trabajando en la mina. Una vagoneta mal colocada en un elevador,  y un malentendido entre el interior de la mina y los operadores del elevador desde el exterior (un italiano abajo y un belga arriba), provocaron un incendio que dejó atrapados a los mineros en el interior. Tras unas largas y complicadas operaciones de rescate, el día 23 de agosto una única frase pronunciada en italiano dejaban clara la magnitud de la tragedia: ¡Tutti cadaveri!. Todos muertos. 262 víctimas, la mayoría de los cuales eran trabajadores inmigrantes: ciento treinta y seis italianos, noventa y cinco belgas, ocho polacos, seis griegos, cinco alemanes, cinco franceses, tres húngaros, un inglés, un holandés, un ruso y un ucraniano. El juicio celebrado en octubre de 1959 declaró culpable al responsable de la mina (seis meses de cárcel y el equivalente a 300 euros de multa) y declaró inocentes al resto de acusados.

El autor belga Sergio Salma (autor de veinte álbumes de la colección “Nathalie”) regresa al lugar de los hechos cincuenta y siete años después, cuando el recuerdo sigue fresco en la memoria de muchos de los habitantes de Marcinelle. A través de la historia de Pietro Bellofiore, emigrante italiano trabajador de la trístemente célebre mina belga, Sergio Salma (Charleroi, 1960) rinde homenaje a los doscientos trabajadores fallecidos, a sus familias y a todos los que vivieron y sufrieron la pesadilla deBois du Cazier, con este cómic personal, una crónica social en forma de novela gráfica que no profundiza en el accidente, ni señala culpables, ni recoge las justas reclamaciones de mejoras de seguridad de los trabajadores, ni se posiciona sobre las condiciones de vida y trabajo de los mineros, sino que incide principalmente en las vidas de las personas que fallecieron, en lo que tenían, en lo que eran, y en lo que dejaron atrás con su muerte. Deja al lector, espectador indefenso de la catástrofe, la decisión de juzgar y señalar lo que no debería haber pasado. “Marcinelle 1956” nos muestra, en sobrio blanco y negro, la vida de Pietro varios meses antes de la catástrofe. Entre la iglesia y la familia, el trabajo agotador y los momentos de felicidad que consigue robarle a su día a día, el joven minero italiano conoce a alguien especial, la bella Françoise, que le va a hacer salirse de su camino. Quizás hasta el punto de escapar a su destino. Y es que la casualidad, el simple capricho del azar de tomar una decisión u otra puede cambiar la vida de una persona.
Y es que “Marcinelle 1956” no es un solo cómic sobre el accidente de Bois du Cazier sino que el terrible acontecimiento es simplemente un telón de fondo, un mcguffin hitchcockniano, el marco que envuelve un hecho tan convencional como una historia de amor, pero tan traumático a su vez como un amor ‘prohibido’, una relación extramatrimonial. Algo que puede romper una familia, pero puede salvar una vida.

Pietro, ¿tú sabes qué es lo malo de este oficio? Es un oficio de mierda porque cuando llegamos a la mina por la mañana, todavía es de noche… y cuando acabamos y salimos del hoyo, ya es de noche. Esa es la verdadera desgracia. No ver la luz.

Marcinelle 1956
Autor: Sergio Salma
Traducción: Teresa Benítez
Editorial: Diábolo Ediciones
ISBN: 9788415839422
Formato: 17x24cm. Tapa blanda con solapas. Blanco y negro.
Páginas: 256
Precio: 15,95 euros