Hoy toca recuperar uno de los grandes clásicos de Stanley Kubrick, una película impactante y de exhibición prohibida en muchos lugares por sus escenas explícitas y su temática.

 

http://www.via-news.es/images/stories/cine/Resenyas/cartellanaranjametalica.jpgTítulo original: A clockwork orange
País: Gran Bretaña, Estados Unidos
Duración: 136 min.
Género: fantástico, Drama
Reparto: Malcolm McDowell, Patrick Magee, Michael Bates, Warren Clarke, John Clive, Adrienne Corri, Carl Duering, Paul Farrell, Clive Francis, Michael Gover, Miriam Karlin, James Marcus, Aubrey Morris, Godfrey Quigley, Sheila Raynor, Madge Ryan, John Savident, Anthony Sharp, Philip Stone, Pauline Taylor, Margaret Tyzack, Steven Berkoff, Lindsay Campbell, Michael Tarn, David Prowse, Barrie Cookson, Jan Adair, Gaye Brown, Peter Burton, John J. Carney, Vivienne Chandler, Richard Connaught, Prudence Drage, Carol Drinkwater, Lee Fox, Cheryl Grunwald, Gillian Hills, Craig Hunter, Shirley Jaffe, Virginia Wetherell, Neil Wilson, Katya Wyeth
Guión: Stanley Kubrick
Productora: Warner Bros. Pictures, Hawk Films
Departamento musical: Wendy Carlos
Dirección artística: Peter Sheilds, Russell Hagg
Diseño de producción: John Barry
Efectos visuales: George Gervan, Greg Kimble, Heather Hoyland, Jeff Wells, Mark Freund, Martin Hall, Maureen Healy, Richard Gervan, Sandy DellaMarie
Fotografía: John Alcott
Guión: Stanley Kubrick
Maquillaje: Barbara Daly, Freddie Williamson, George Partleton, Leonard, Olga Angelinetta
Montaje: Bill Butler
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El otro día, un poco sin venir a cuento, me dio por volver a ver “La naranja mecánica”, una de las obras cumbre del maestro Stanley Kubrick. La había visto una sola vez, ocasión en la que ya me dejó perplejo y descolocado hasta tal punto que no supe demasiado bien si me había gustado mucho por lo extraña que resulta o por todo lo que lleva consigo esta película. En esta ocasión tengo las ideas más claras. Para empezar me ha gustado más que en el primer visionado, algo que creo que tienen en común casi todas las películas de Kubrick por no decir todas. Lo cierto es que están tan trabajadas, tienen tantos detalles que resulta imposible no exprimirlas un poquito más con cada nuevo visionado, lo cual, ya de por sí, es un mérito rotundo aunque también una consecuencia lógico del trabajo de este director, minucioso y detallista hasta lo enfremizo que construía películas como quien construye edificios, apuntalándolas con un trabajo obsesivo y propio de un perfeccionista inmisericorde.

La primera aproximación a “La naranja mecánica” creo que es irremediablemente convulsa, en el sentido de que como espectador te sientes noqueado, no te esperas lo que ves ni preparado para no esperarte lo que vas a ver. El inicio ya te deja KO al presentarte una sociedad, una atmósfera, una ambientación que nada tiene que ver contigo ni con nada de lo que has visto previamente y a un personaje protagonista, Alex, con el que se supone que el espectador debe alcanzar una cierta empatía pero que en todo caso resulta repulsivo y/o inquietante desde el inicio y hasta el final (por más que en algún momento llegue incluso a despertar una cierta simpatía). Sin ahondar mucho en qué se ve, que lo mejor es descubrirlo, uno se planta con Alex, Pete, georgie y Lerdo “en el bar lácteo Korova donde consumen leche-plus, es decir leche con velocet, synthemesco o drencrom, lo que les deja preparados para recurrir a la ultraviolencia”, ahí queda eso. El resto lo mejor es experimentarlo uno missmo viendo la película y forma parte de su encanto, un futuro completamente inesperado.

Al conceptual de esta película hay que añadirle el impacto argumental o temático. Está basada en una novela de Anthony Burgess publicada en 1962 en la línea de otras novelas de ciencia-ficción muy conocidas como “1984” o “Un mundo feliz” que hablan de futuros deshumanizados. Burguess explicó que el título proviene de una expresión británica: “As queer as a clockwork orange” que viene a ser “Tan extraño como una naranja mecánica”, lo cual consigue Kubrick que también sea su película. El primer plano está el tema de la violencia, pero como toda la buena ciencia-ficción hay por detrás toda una serie de reflexiones filosóficas, de planteamientos que uno puede hacerse proque se pone en tela de juicio la sociedad, su organización, el tratamiento de la violencia, la condición del ser humano, los entresijos de la política…Tanto la novela como la película son de esas que te permiten hablar y hablar, dialogar, debatir, reflexionar y sólo por eso ya merecen la pena. La película es una clara exposición de que la maldad puede ser tratada, pero eso condicionaría al libre albedrío del ser humano y aprovecha para poner en tela de juicio a la propia sociedad en general y a los intereses políticos en concreto. Explicarlo termina siendo farragoso, es mejor verlo o leerlo.

A parte Kubrick deja su granito de arena artístico por así decirlo, aportando un intenso impacto visual, el que le permite su labor como cineasta, concentrándose en lo bizarro, la violencia y el sexo como base visual de la película. No es de extrañar que esta película convulsionara al espectador de la época, para nada acostumbrado a las escenas explícitas que pueden verse y que aún hoy en día siguen resultando impactantes para quien ve la película por mucho que hayamos visto ya. Todo esto por no hablar de la experimentación visual que lleva a cabo Kubrick acelerando o ralentizando escenas, usando cámaras de mano, alternando grandes angulares con lentes más tradicionales o simplemente jugando con los espacios escénicos, casi siempre claustrofóbicos y con una decoración extrafalaria, deshumanizada, poco cálida y acogedora.

En definitiva es una película completamente ajena a modas, insólita y extraña incluso hoy en día, siempre con un cierto tono sádico y cínico que te mantiene de principio a fin incómodo, espectante, interesado en saber más y en ver más.

La carga de profundidad de la película es imponente, uno no queda indiferente después de haberla visto y te queda un poso de inquietud. Gran culpa de ello aparte de Kubrick la tiene el actor protagonista, Malcolm McDowell, que borda al personaje de Alex, un tipo amante de la ultraviolencia, sádido, despiadado y perverso al que encanta pegar palizas mientras canta “I’m singing in the rain” o escuchar la novena sinfonía de Beethoven y que va contando la historia autodenominándose “vuestro humilde narrador” y buscando siempre la complicidad con el público con una familiaridad que insulta al principio porque uno no se siente participe de sus actos, pero que sorprendentemente se torna en un cierto afecto al final de la película (impresionante Kubrick haciendo que cojamos una cierta simpatía por el personaje después de convertirse en una víctima más de los tejemanejes polìticos). McDowell nunca ha estado mejor y nunca he tenido un mejor personaje, aunque ha sido muchas veces utilizado para encarnar a los “malos” en películas y series.

Como no podía ser de otra manera la película fue todo un acontecimiento en su año de estreno, 1971, cuando causó un descomunal impacto. En los óscars de aquel año consiguió cuatro nominaciones (mejor película, director, montaje y guión adaptado) pero fue la gran perdedora de aquella edición porque había títulos más apropiados para contentar al gran público como “French connection”, “El violinista en el tejado”, “La última película” o “Verano del 42”. Seguramente el público no estaba bien preparado para la convulsión que le provocó Kubrick pero el tiempo ha dejado a esta película en un lugar importante en la historia del cine y es considerada una de las grandes obras de Stanley Kubrick, lo cual no es poco decir.

Su visión no es aconsejable para cualquier público, ha de verse con un cierto espíritu indagador, no es una película al uso, pero desde luego por eso mismo resulta especial, transgresora y muy interesante.