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La trayectoria como director de Darren Aranofsky es absolutamente imprevisible. Incluso se podría definir de errática, pues tras pasar por las extrañas y impactantes “Pi“, “Réquiem por un Sueño” y “La fuente de la vida“, pudo disfrutar de la buena acogida crítica y de público con “El luchador” y “Cisne Negro” para saltar después a una adaptación bíblica como “Noé” y volver a dejar con la cara desencajada a los espectadores de “Mother!“. Este director neoyorquino se ha convertido en uno de los directores contemporáneos más interesantes, pero también más complejos. Quizás es un genio, o quizás simplemente es un imbécil con un ego desmesurado y ganas de provocar. No me atrevo a decantarme por ninguna de las dos opciones. O quizás debería pensar que son las dos a la vez.

Amado y odiado a partes iguales en cada una de sus películas, su primer gran éxito fue justamente su opera prima. “Pi (fe en el caos)” (lo de dentro del paréntesis fue una de esas aportaciones de los distribuidores de nuestro país que deben pensar que el público de aquí es tonto y necesitan una ‘ayudita’) es una película rodada en blanco y negro, a medio camino entre el thriller y la ciencia ficción, que nos contaba como Maximillian Cohen, un brillante matemático, está a punto de dar con el descubrimiento más importante de su vida: la decodificación del sistema numérico que rige el aparente caos del mercado bursátil. Mientras se acerca a la verdad con la ayuda de un aparente error del software de cálculo, y afectado periódicamente por unas terribles jaquecas, Max es acosado por una agresiva firma de Wall Street y una secta judía que pretende descifrar los secretos ocultos tras los textos sagrados de la Torá. Todos ansían apropiarse del inminente hallazgo de Max.

Con un reparto formado por actores aficionados y amigos del director como Sean Gullette, Ben Shenkman, Pamela Hart, Stephen Pearlman o Mark Margolis, “Pi” soportaba su historia sobre los hombros de uno de los números más fascinantes y misteriosos de nuestro mundo. 3,141592… Todos sus cálculos son aproximaciones, con lo que el más exacto es el que contiene el mayor número de decimales. Pi es una de las constantes matemáticas por antonomasia, la relación entre el perímetro de una circunferencia y su diámetro, presente en nuestras vidas desde la Antigüedad, básico en las distribuciones de probabilidad y en los cálculos de la teoría de la relatividad general de Albert Einstein,… y el número que podría representar a Dios. En la película su búsqueda podría permitir a Max descifrar los secretos del mundo y del universo.

Hoy es una película de culto, pero hay que recordar lo que costó dar forma a la película y que hacer cine sigue siendo un arte que necesita mucho dinero, una buena dosis de suerte y, si es posible, buenos padrinos. De hecho “Pi” contó con un presupuesto ínfimo (no más de 60.000 dólares), se rodó en un mes escaso en 1997, en gran parte en una habitación vacía de una fábrica de Brooklyn que pertenecía al padre del productor,… y al cabo de un año recibía el premio a mejor dirección en el Festival de Cine de Sundance del año 1998 y el premio al mejor guion en los Independent Spirit Award.

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