El segundo de los voluminosos tomos con los que ECC ha venido publicando la obra completa de “Hellblazer” continúa recopilando las etapas en las que estuvo al mando de la prestigiosa serie de la no menos prestigiosa línea Vértigo su creador original: el guionista británico Jamie Delano.

Hellblazer: Jamie Delano vol. 02 (de 3)
Edición original: Hellblazer núms. 14 a 35 USA
Guión: Grant Morrison, Jamie Delano, Neil Gaiman
Dibujo: John Ridgway, Mark Buckingham, David Lloyd, Sean Phillips, Dave McKean
Color: A color
Formato: Libro rústica, 576 págs. color.
45€

Continúa nuestra edición integral de Hellblazer, con un tomo que además de recopilar diferentes números en los que Jamie Delano colabora con dibujantes cono Mark Buckingham o Sean Phillips, contiene historietas firmadas por autores de la talla de Grant Morrison, David Lloyd, Neil Gaiman y Dave McKean.

En este segundo tomo nos encontramos ya todos los elementos de la serie que ya entonces se había convertido en abanderada de la mencionada Línea Vértigo. En sus primeros números, Jaime Delano estableció el tono de la serie, exploró el pasado del personaje y confirió profundidad al feliz hallazgo de Alan Moore en las páginas de la Cosa del Pantano: un personaje intencionadamente difuso: el mago cínico con don de la oportunidad y compañía indeseable en general.

El tomo incluye los números 14 a 35 de la serie regular y dos de las sagas esenciales del personaje: la Máquina de Miedo y El Hombre de Familia.

La Máquina del Miedo

En La Máquina del Miedo nos encontramos a un John que huye de la policía ya que, fruto de una de sus desventuras en el primer tomo, la prensa amarilla inglesa le ha etiquetado como “El Rostro del Mal”. En su huida, tropieza con un grupo de hippies, y entabla relación con Marj y Merc, madre e hija la cual comparte la afinidad de Constantine hacia lo sobrenatural y, tras tener el tiempo suficiente para ver que un entorno tan pacífico le sienta mucho peor que estar en el centro del infierno o en un pantano de Louisiana con fango hasta la altura de la gabardina, de nuevo vuelve a convertirse en el Faro de los problemas, la baliza de lo chungo y empiezan a ser acosados por la Policía y se ven involucrados en una compleja trama de políticos que hacen uso de fuerzas ancestrales con la intención de controlar el miedo de la gente y con ello conseguir el poder: la máquina del miedo (lo que hoy llamaríamos “telediario del mediodía”).
El papel de Constantine en esta saga va de más a menos, de protagonista a testigo, a pasajero de los acontecimientos y al final acaba casi con la sensación de sobrar.

Es una historia menos demoníaca que pagana y de poderes ancestrales, no es una historia en la que los humanos somos solo un invitado incómodo en una historia que nos pasa por encima de la cabeza, somos desencadenantes del mal y abanderados del bien y responsables de todo: de los atroces crímenes, de la iluminación y el parto de una nueva era… y de que en dos páginas de texto, una portada de Dave McKean y tres viñetas después ya a nadie le importe.

Un hombre de familia

Después de esta larga saga y partiendo de lo que en principio parece un divertimento, una broma privada con su amigo Alan Moore, una historia inconexa sobre los límites entre realidad y ficción y sobre la pervivencia de los mitos, Delano abre uno de los arcos argumentales de Hellblazer en los que menos aparece la temática sobrenatural y en el que John Constantine se ve confrontando un sentimiento al que no estamos acostumbrados a verle confrontar: la culpa.

Constantine hace una parada en su regreso de tierras escocesas en la casa de un amigo escritor, que vive acosado por sus propias creaciones y por la tentación de convertirse él mismo en uno de los héroes de cuyas aventuras ha leído o escrito, lo que provoca una reacción no muy amistosas por estos, que le hacen saber que hay que pasar muchos años en amarillentas páginas de libros para ganarse la gloria de ser un Personaje, con mayúsculas.

Lo que podría parecer un número autoconclusivo, un truco del autor para deslizar oscuras referencias culturales y jugar con el lector a las adivinanzas, resulta ser el inicio desde lo banal, de una de las historias más carnales de la colección, no en el sentido de sexuales, sino en el sentido de que afectan a la carne de Constantine, físicamente. Su papel de testigo cambia en esta saga: Constantine es protagonista en primera persona a su pesar y cobra conciencia de que todos sus actos y decisiones tienen consecuencias.

La historia narra el juego del gato y el ratón entre Constantine y un asesino en serie: El Hombre de Familia, al que John da sin querer un impulso y desencadena sus actividad asesina de forma desaforada hasta el punto de convertirse en su objetivo. De nuevo es en el corazón corrupto del ser humano donde anida el Mal, no es necesario acudir a complejas conspiraciones, ni a intervenciones sobrenaturales o demoníacas, no hablamos de de una posesión, ni de un demonio suelto. Es una persona y a nuestro mago le aterra.

Las joyas intercaladas

Apenas ha echado a andar este segundo arco argumental del tomo, nos encontramos con tres números no guionizados por Delano, tres fill in que permitían mantener la periodicidad de la colección cuando el muy perfeccionista guionista o alguno de los cambios de dibujante amenazaban retrasarla. En otras ocasiones los fill in no suelen ser de lo mejor de una colección, pero en este caso hablamos de dos equipos creativos “top” en lo que a la Línea Vertigo se refiere.

Grant Morrison y David Lloyd cuentan una historia con el Terror nuclear aún vigente en los ochenta y lo traen a la campiña inglesa, recuperando alguno de los lugares comunes de la mitología ya establecida del personaje, como la implicación gubernamental, la locura colectiva del hombre-masa y… la corta esperanza de vida de quienes cuentan a Constantine entre sus conocidos. En estos dos números brilla como en sus mejores números de V de Vendetta un Lloyd en estado de gracia.

En el número a cargo de Neil Gaiman y Dave McKean, ambos brillan en una historia espeluznante por lo cercano, aterradoramente conmovedora que se desarrolla con un pie puesto en esas grietas de nuestra sociedad por las que se cuelan personas: los olvidados, los expulsados por la espiral sin fin de nuestra civilización occidental: una historia de fantasmas diferente, terrorífica y tierna a partes iguales. Una ventana a esa pequeña parte de Constantine, muy por debajo de capas y capas de cinismo, rebozada de decepción y resentimiento, profundamente humanista. Una historia brillantemente narrada e impregnada del estilo de ambos autores, con un McKean que demuestra que es más que uno de los mejores portadistas de esa época y que se maneja como nadie en esa frontera entre lo real y lo sobrenatural.

Toca ponerse sesudo

Para Delano John Constantine es un símbolo de la sociedad inglesa de la época en la que el cinismo, la desesperanza y la falta de horizonte hace colapsar los principios de la sociedad que salía de la Guerra con la intención de construir algo justo y mejor. Si Fukuyama hablaba del fin de la historia, Constantine es ese último hombre. En este “Fin de la Historia” las emergentes figuras de Thatcher (y Reagan en Estados Unidos) dejan fuera de juego al movimiento obrero y a la izquierda en general y abren un periodo de hegemonía de la democracia (neo)liberal de la que la reciente figura de Trump sólo es un segundo destilado. Pero Delano no asume esa circunstancia como buena (como hace Fukuyama) sino como inevitable y nos narra sus historias con dolor, sus historias duelen, no cede a la tentación de abrazar el nihilismo del personaje y revolcarse en su actitud chulesca y sus ingeniosas réplicas a demonios, ángeles y algún ocasional superhéroe

Con el paso del tiempo otros arcos argumentales y otros autores más “comerciales” (si de comercialidad podemos hablar en un arte ya de por sí minoritario y en un género minoritario como el terror y en una línea pensada para un público especial, con mayor “nivel cultural” y adquisitivo, por qué no decirlo) han logrado de mayor preferencia por parte de lectores y crítica, pero la etapa de Delano, aunque exige más de uno como lector, tiene muchísimos niveles de lectura, muchas cosas que enseñar de la realidad que vivimos (porque sólo hemos dado varias vueltas a la tuerca que el autor señala en la Inglaterra de finales de los 80) y una prosa muy cuidada, aunque menos adaptada al medio que obras posteriores del autor.

Los dibujantes

Este tomo es un carrusel de dibujantes que cambian y vuelven, que entintan o dibujan, con estilos muy distintos: vamos de las atmósferas alienantes de Richard Piers Morgan, que da protagonismo absoluto a los personajes y sus caras y que por su hiperrealismo paro ausencia de fondos, transmite la misma sensación de enajenación del personaje en sus desventuras hippis, atravesamos el estilo más clásico de terror americano de la mano de Alfredo Alcalá y nos da tiempo a descubrir a un Mark Buckingham con mucha evolución por delante hasta llegar a la brillantez de Fábulas.

Dejando al margen las dos colaboraciones de dos autores consagrados de los que ya hemos hablado: McKean y Lloyd, lo más interesante a nivel gráfico del tomo es la aparición en varios números no consecutivos de Sean Phillips de quien vemos como avanza hacia su estilo inconfundible y brilla en el número que cierra el tomo.

Al fin y al cabo tanto esta colección como la Línea Vértigo tenían el propósito de dar salida a proyectos más arriesgados y -quizá- servir de “cantera” de las colecciones más comerciales y main stream, por eso se entiende el cambio a los pinceles, pero puede perjudicar el producto final porque evita que se produzcan las sinergias entre guionista y dibujante que hemos visto en Garth Ennis y Steve Dillon, sin salirnos del catálogo “constantinero”.

Pero dinos ¿te ha gustado o no?

No os voy a engañar, me ha costado mucho leer y procesar este tomo: uno no se encuentra en una fase de la vida en las que las truculencias de las historias de terror y más en estas más realistas (no tanto en lo gráfico, el gore no me afecta tanto, sino en lo emocional.

Delano cuesta, no es lectura cómoda y rápida, pero quizá por eso es más gratificante. Haber acumulado referencias para la reseña que al final se han quedado fuera, como la Caravana de la Paz que menciona en la primera saga, un hecho real que sucedió en la Inglaterra del 86, las similitudes con “Por Rutas Salvajes” o la importancia de temas como el ecologismo y el poder femenino, refuerzan la idea de que este tomo aporta mucho y a muchos niveles.

En lo que al apartado gráfico se refiere, reconozco que no soy un experto, por lo que no podría hacer un análisis técnico en profundidad sin ser profundamente injusto, pero lo cierto es que el cambio de dibujante hace que me cueste entrar en cada número… pero hablamos de una de esas personas que alinean los folletos en los bancos y ordena los estantes de las tiendas de comics (y a veces se ve obligado a comprar algo por ello), así que probablemente haya quien disfrute de los cambios de estilo y enfoque como quien pasea por un museo y pasa de Tizziano a Goya.

Y ¿la recomiendas?

Es una lectura que te deja exhausto y con ganas de un Groo o un Calvin y Hobbes, pero sea por completismo y tener toda la colección, porque os haya convencido con mis argumentos, o por descubrir que Constantine es algo más que el tío inglés que timó al Diablo para que le curase un cáncer en las páginas de Ennis y Dillon o en los fotogramas de la peli de Keanu Reeves…
Si eres aficionado al personaje o al género es elección obligada, si quieres una distracción sin más, piénsatelo.

Eso sí, las razones para tenerlo son abundantes: las portadas de McKean, esas dos joyas de Morrison/Lloyd y Gaiman/McKean, los primeros pasos de Sean Phillips… reservad un hueco muy grande en la estantería si no lo tenéis ya.