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Se puede hablar del presente con el pasado y, de hecho, conviene revisar el pasado para evitar errores en el presente. Es a lo que invita esta película, que recrea uno de los juicios más populares de la historia de los Estados Unidos, en el que se juzgó a siete personas que participaron en 1969 en una manifestación contra la guerra de Vietnam y fueron acusados de conspirar contra el Estado. Argumento y desarrollo, a medio camino entre lo judicial y lo político, se ajustan a la perfección a lo que mejor se le da al guionista y ahora también director Aaron Sorkin, que logra una película densa e intensa, basada en diálogos, en escenas repletas de información, insinuaciones y guiños y un puñado de buenas actuaciones con la que se disecciona a la perfección un caso complejo en el que intereses de partido y personales enturbian una acusación en la que no todo es lo que parece. El guión es fantástico, lleno de recovecos y base de una película redonda en sí misma, pero con una temática que gustará más a quienes disfruten con entresijos políticos y a quien pueda asimilar el torrente de nombres, implicaciones y detalles que se lanzan en cada escena. Me parece genial como Sorkin, a partir de este caso lleno de complejidades, nos muestra cómo funciona el mundo, cómo la realidad (y en especial la política) se basa en una maraña de intereses en la que no todo puede simplificarse en buenos y malos o claros y oscuros y menos explicarse sin profundizar más allá de lo aparente.